LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS

“Cada día es importante; en cada hora ofrezco mi salvación a los hombres” (Palabra interior).

Estas palabras nos recuerdan la exhortación de san Pablo: «Aprovechad bien el tiempo presente» (Ef 5, 16). Nos llaman a una gran vigilancia y a estar atentos a la guía de nuestro Padre. De hecho, esta vigilancia nos ayuda a permanecer conscientes de la importancia de la salvación de las almas, que de otro modo corremos el peligro de olvidar con el transcurso del tiempo.

Con nuestro Padre Celestial no sucede así. Siempre y en todo momento tiene en vista lo más importante: la salvación del hombre. Debido al amor que nos tiene, nuestra salvación ocupa el primer plano, porque quiere tenernos consigo para siempre, ahora y en la eternidad.

Por tanto, podemos aprender de Dios mismo esta vigilancia. Así adquiere un carácter sobrenatural y purifica nuestros esfuerzos humanos, que fácilmente pueden hacernos caer en una cierta tensión. El amor de Dios, tan grande y atento, que nos acompaña en el camino de la salvación, se complementa con su divina paciencia, que nunca se rinde y trata de llegar a las personas en todas las situaciones de su vida.

La combinación entre el amor vigilante y la infinita paciencia de Dios da lugar a una actitud amorosa que no se endurece pero tampoco se relaja. Si asimilamos e imitamos esta actitud de nuestro Padre, podemos esperar que nuestros esfuerzos sean fecundos, porque entonces será el amor divino mismo el que, a través nuestro, salga en busca de los suyos, queriendo abrirles los ojos para que vean la salvación. Entonces nos convertimos en amados cooperadores de Dios, transformados por su amor y paciencia, de manera que no solo somos servidores de su anhelo por las almas, sino al mismo tiempo receptores de su amor.