Al nacer en una familia humana, Dios fortaleció el núcleo de la sociedad, y nos dejó su ejemplo para que lo imitemos. A través de su Encarnación, Dios quiso penetrar todos los campos de la vida humana, y aquí la familia ocupa un lugar privilegiado.
El amor entre hombre y mujer nos da una idea del misterio del amor entre Dios y el alma, como San Pablo describe con mucho acierto en la Carta a los Efesios:
Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo. Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella (…).Gran misterio éste, pero en la perspectiva de Cristo y de la Iglesia. (Ef 5,24-25.32).
La atracción que existe entre el hombre y la mujer, nos recuerda a la atracción de amor entre Dios y nosotros. Dios nos ama y el alma ama a Dios. Y cuando nos unimos a Él en el amor, surge una nueva vida, que es la vida de Dios. Así mismo, el amor entre el hombre y la mujer engendra vida nueva, que son los hijos.
Aunque el mundo se ha apartado enormemente del plan originario que Dios tuvo para con la familia, este plan sigue estando vigente, y resplandece de forma especial en la Sagrada Familia. En el caso de la Sagrada Familia, sucede además algo extraordinario, pues el Niño Dios, aunque quiso venir al mundo como uno de nosotros, fue engendrado por obra del Espíritu Santo.
¿Qué mensaje nos da esto para la familia humana?
Gracias a la presencia del Divino Niño, el matrimonio natural se eleva. Ya no corresponde solamente al plan de Creación de Dios, sino que también tiene su sitio en el Orden de la Redención. ¡El matrimonio cristiano ocupa un lugar fundamental en la vida de la Iglesia! Los padres no sólo deben preocuparse de dar alimento y hogar a los niños; sino que su primera obligación consiste en procurar que sus hijos crezcan y maduren en la fe cristiana. Por eso se dice que las familias están llamadas a ser “Iglesias domésticas”.
Para poder cumplir con esta misión, los padres deben estar muy atentos para descubrir si nace una vocación entre sus hijos, para servir a la Iglesia como sacerdote o religioso. Las familias santas, en las que fluye la gracia sacramental, se convierten en signos misioneros, y en ellas se colocan los fundamentos para la santificación y sanación de otras familias.
El hecho de que Dios confió a su Hijo a una familia humana, nos muestra la dignidad de la familia y su misión sobrenatural. ¡Las familias están llamadas a ser los santuarios de la vida, donde ésta se engendra y crece, dando testimonio del Hijo de Dios en este mundo!
Así sucedió con la Sagrada Familia, y lo mismo ha de suceder en todas las familias de los cristianos, que han vuelto a nacer en el bautismo y quieren responder a la misión que Dios les ha confiado a través del sacramento del matrimonio.