Rom 11,29-36
Los dones y la vocación de Dios son irrevocables. En efecto, así como vosotros fuisteis en otro tiempo rebeldes a Dios, pero ahora habéis conseguido misericordia a causa de su rebeldía, así también ellos se han rebelado ahora con ocasión de la misericordia que Dios tiene con vosotros, a fin de que también ellos consigan ahora misericordia.
Pues Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para tener misericordia con todos ellos. ¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de ciencia hay en Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto: ¿quién conoció el pensamiento del Señor?; ¿quién fue su consejero?; ¿quién le dio primero, que tenga derecho a la recompensa? Porque todas las cosas provienen de él, y son por él y para él. ¡A él la gloria por los siglos! Amén.
¿Quién podrá conocer los caminos del Señor? Es bueno que nos planteemos esta pregunta, para tratar de esclarecerla desde diversas perspectivas.
En la lectura de hoy, el asombro que muestra San Pablo ante los caminos del Señor se refiere a las formas en que Él ha preparado la salvación para todos los pueblos. Éste es un tema que tocó profundamente al Apóstol de los Gentiles. Él, que como judío había perseguido a los cristianos, pudo después reconocer la verdad por la gracia de Dios y vivió una verdadera conversión tras el encuentro decisivo con Cristo. ¡Cuánto habrá reflexionado sobre toda la obra de la salvación! El Señor le concedió mucha luz para comprender sus caminos, ciertamente más que a muchas personas de su tiempo.
Sin duda, San Pablo sufrió mucho por el hecho de que tantos judíos no compartieran la fe en Jesús e incluso sospecharan de los cristianos y los persiguieran. En otro pasaje, manifiesta con palabras conmovedoras todo lo que estaría dispuesto a sobrellevar con tal de que los judíos alcanzasen el verdadero conocimiento de Dios (cf. Rom 9,1-5).
Pero, en medio de este sufrimiento, comprendía que Dios no había desechado a su pueblo a pesar de su desobediencia; sino que seguía tratando de conducirlo hacia la salvación, por los caminos que sólo Él conoce. Esto es lo que trata de decir San Pablo cuando habla de que también ellos (los judíos) conseguirán misericordia.
¿Quién podrá conocer los caminos del Señor?
Con toda humildad, debemos responder que ninguna creatura es capaz de ello, pues nuestro entendimiento no puede abarcar la complejidad de la vida en su plenitud. Siendo criaturas, nuestro conocimiento es limitado y no tiene sentido que tratemos de comprender a Dios con las limitaciones de nuestro entendimiento.
¡Pero Dios viene en nuestra ayuda a través del Espíritu Santo, la tercera Persona de la Divinidad! Él, siendo Dios, conoce sus caminos y nos permite comprenderlos en la medida en que esto sea importante para nosotros. Lo primordial que el Espíritu Santo nos enseña es a reconocer que los caminos de Dios son siempre rectos; es decir, que sus intenciones siempre corresponden al amor y a la verdad.
Si llegamos a esta certeza, hemos dado un paso decisivo en la comprensión de los designios de Dios. Si nos mantenemos firmes en la convicción de que sus caminos son siempre rectos, podremos enfrentarnos de otra forma a tantos abismos que existen en la vida humana y en la historia a lo largo de los siglos.
Sabemos por fe que muchas veces el hombre no acepta la voluntad de Dios ni la cumple; sino que se aferra a sus propias ideas y deseos, no entiende correctamente las cosas, se deja engañar, etc… Además, existe también la rebelión consciente contra Dios, por parte del diablo y las criaturas que se asemejan a él por su malicia.
Pero Dios es capaz de integrar aun esta dramática realidad en su plan de salvación, lo cual resulta incomprensible para nosotros, los hombres, a menos que Dios mismo nos conceda una luz especial para entenderlo.
Sin embargo, con la luz de la fe nos aferramos a la omnipotencia y a la infinita bondad de Dios, y así se nos revela lo fundamental de los caminos de Dios. No hay nada que permanezca oculto para el Señor; Él conduce todo hacia el bien; su actuar está siempre movido por el amor y la verdad…
Estas cuestiones básicas de nuestra fe nos resultan muy naturales y no dudaríamos en reafirmarlas. Pero cuando las interiorizamos y permitimos que impregnen nuestro modo de pensar y de sentir, serán una gran luz del Espíritu Santo y una clave para alabar los designios de Dios con todo el corazón. Si tenemos esta actitud, quizá el Señor nos conceda más claridad para comprender ciertas circunstancias difíciles, descubriendo su actuar salvífico en todas partes, aun sin contar siempre con explicaciones lógicas para cada circunstancia.
A través de la fe podremos mirar llenos de confianza tanto el pasado, como el presente y el futuro, pues Aquél que tiene todo en sus manos sabrá valerse de todo para nuestro bien.