LA SABIA GUÍA DE NUESTRO PADRE

“Haz tú lo que puedas, pide lo que no puedas, y Dios te dará para que puedas” (San Agustín).

Una vez que hemos emprendido el camino de seguimiento del Señor, nuestro Padre nos toma a su servicio y nos confiere mucha responsabilidad. Nunca deberíamos rendirnos ante las dificultades que puedan presentarse en nuestro camino y que tienden a «inflarse», mostrándose más grandes de lo que realmente son. Esto también se aplica a situaciones que parecen insuperables. Es aquí donde se nos invita a poner en práctica la frase de San Agustín: avanzamos hasta donde podemos y, llegados a este punto, pedimos a nuestro Padre la gracia para afrontar de manera correcta lo que tenemos por delante y nos sobrepasa.

Aquí se puede comprender la cooperación entre la gracia y el libre albedrío. San Bernardo de Claraval dice al respecto: «No es que la gracia se encargue de la mitad del trabajo y el libre albedrío de la otra mitad. Ambos hacen el trabajo completo, cada cual a su manera».

Esta misteriosa cooperación ha sido abordada con frecuencia y desde diversas perspectivas, y es una de las cosas maravillosas de colaborar con nuestro Padre. Él nos toma en serio y, al mismo tiempo, se encarga siempre de que no nos ensoberbezcamos, conociendo bien nuestra tendencia a darnos demasiada importancia a nosotros mismos.

Si ponemos en práctica las palabras de San Agustín, no seremos ciegos frente a nuestras limitaciones, pero tampoco nos detendremos demasiado pronto en vista de ellas.  Al dirigirnos al Señor cuando nos chocamos con nuestras fronteras, cobramos consciencia de que dependemos de su gracia. Todo lo que podamos hacer a partir de ahí, movidos por su gracia, elevará nuestro corazón a la gratitud y evitará que nos ensalcemos a nosotros mismos.