“Yo mismo he depositado en los corazones de los hombres la búsqueda de mí. ¡Y Yo mismo soy la respuesta!” (Palabra interior).
¿Por qué el hombre busca?
Porque el Padre mismo ha depositado este anhelo en su corazón y, conforme a las inolvidables palabras de San Agustín, “nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (Confesiones, I, 1).
En su gran sabiduría, Dios nos hace sentir el vacío interior cuando no lo buscamos. A menudo el hombre pasa por alto este vacío, porque existen tantas distracciones para evadirlo y taparlo. Pero, en lo más profundo de su ser, siente que no es verdaderamente feliz y que su corazón no está lleno.
Nuestro Padre no permite que los bienes y placeres de este mundo lo sacien. ¡Qué gracia es para el hombre esta insatisfacción! Podemos descubrir aquí la preocupación y el amor de Dios hacia sus hijos, porque, en efecto, ¡cuán vacías y sin contenido son las cosas transitorias, cuando se las busca como fines!
El hombre busca porque Dios ha sembrado en su corazón el anhelo por Él. La criatura anhela al Creador; el hijo, a su padre; el aprendiz, al maestro; el alma, al Dios vivo (Sal 42,2).
También de nuestras imperfecciones se vale el Señor, convirtiéndolas en un aguijón para buscar la perfección que sólo en Dios puede hallarse. El pecado exige el perdón que sólo Dios puede dar. La muerte clama la vida que sólo en Dios se puede encontrar.
Nuestro Padre lo impregna todo y se nos manifiesta de mil maneras. En todas nuestras búsquedas, encontramos la misma respuesta: “¡La respuesta soy Yo!”
En la belleza y alegría de la vida podemos empezar a disfrutarlo. Porque ¿quién creó todas estas cosas maravillosas? ¡Nuestro Padre!
¿Quién confirió a las estrellas su esplendor? ¡Nuestro Padre!
¿Quién nos dio los ojos para verlo? ¡Nuestro Padre!
¿Quién nos regaló un corazón para amar? ¡Nuestro Padre!
¿Por qué lo hizo? Porque nos ama y quiere que lo busquemos cada vez más a través de lo creado.
¿Quién permite las desgracias y el castigo? ¡Nuestro Padre!
¿Quién se interpone en nuestro camino cuando estamos en peligro de desviarnos? ¡Nuestro Padre!
¿Quién nos muestra la fealdad del pecado? ¡Nuestro Padre!
¿Por qué lo hace? Porque nos ama y quiere que nos convirtamos y jamás cesemos de buscarle.
Tú, Padre, eres la respuesta. ¡Gracias por ser siempre Tú!