“LA RECOMPENSA DE DIOS SIEMPRE ES MAGNÍFICA”

«Todo el bien que los demás hagan por nuestra sugerencia, acrecentará el esplendor de nuestra gloria en el cielo» (San Juan Bosco).

Es una alegría para nosotros cuando nuestras buenas obras, ya sean palabras u obras, animan a otros a hacer lo mismo. Esto supone una alegría en sí mismo, y tanto la buena obra como su efecto sobre los demás llenan de gozo el corazón de nuestro Padre y dan testimonio de su amor.

¿Y cómo lo recompensa el Señor?

Sabemos que nuestro Padre no se deja ganar en amor y generosidad. No solo nos concede la alegría que se deriva de hacer el bien y nos consolida en él, sino que, además, nos lo atribuye como mérito en la eternidad. Por tanto, el bien que otra persona realice inspirada por nuestro ejemplo acrecentará el esplendor de nuestra gloria, como bien dice san Juan Bosco.

Solo nos queda maravillarnos y dar gracias por todo lo que nuestro Padre hace para que todo lo que realicemos en su Espíritu sea fructífero para nosotros mismos y para los demás. Él quiere colmarnos sobreabundantemente con su gracia y, gracias a Dios, nos concede la eternidad para descubrir cada vez más su amor.

No está mal que nos alegremos de que nuestro Padre sea tan generoso y nos retribuya cuando los demás hagan algo bueno por nuestra sugerencia, aunque en realidad no hayamos hecho gran cosa. Tal vez solo fue una palabra, un gesto o una buena obra que lo inspiró y dio fruto. Pero para el Reino de Dios todo esto es importante, porque se alimenta del amor. Imaginemos que un día, cuando nos presentemos ante Dios, tengamos la impresión de no traer mucho que mostrar. Pero entonces alguien se acerca y dice: «¿Sabes qué? Gracias a lo que dijiste o hiciste en aquel entonces, me puse en camino hacia Dios».

Nuestro Padre lo escuchará complacido… ¿Y nosotros? Quizá un poco avergonzados, pero al mismo tiempo infinitamente agradecidos por la bondad de Dios, nos uniremos al incesante cántico de alabanza de los ángeles y los santos.