LA PURA GRACIA DEL SEÑOR

“Yo sanaré su infidelidad, los amaré por pura gracia” (Os 14,5).

Éstas son palabras que nuestro Padre Celestial dirige al Pueblo de Israel, que tantas veces se apartaba de sus caminos y debía entender al menos al sentir las consecuencias qué es lo que sucede cuando uno se vuelve a otros dioses. Pero, por desgracia, muchas veces los hombres no están dispuestos a escuchar a Dios. Incluso cuando les sobrevienen terribles plagas, que deberían despertarlos, puede suceder que sigan pecando y no abandonen sus rumbos abominables.

¡Qué distinto es nuestro Padre! Él tiene que ver con sus propios ojos cómo sus amados hijos se extravían. ¡Cuánto quisiera bendecirlos con todos sus bienes y darles a conocer su amor! En efecto, su amor no ha cesado, aunque no pueda todavía entrar en el corazón de una persona que no cumple las condiciones. Entonces espera, llama, corteja y advierte de las consecuencias que trae consigo el alejamiento de Dios. Pero su amor jamás se extingue, aunque el hombre no lo perciba.

Nuestro Padre quiere sanar las infidelidades de los hombres, si tan sólo ellos están dispuestos a dejarse sanar. Las consecuencias del pecado se han extendido profundamente en sus almas y han opacado su belleza, a veces deformándolas hasta el punto de hacerlas casi irreconocibles. Pero nuestro Padre incluso es capaz de sanar esto. Envía al Espíritu Santo a lo más profundo de nuestras almas, para que Él toque todas las ofensas contra el amor y la verdad y nos conduzca a las fuentes de la salvación. Dios no quiere imputarnos nuestros pecados, ni que éstos crezcan hasta convertirse en una montaña de deudas que nos aplasta y que nunca podríamos pagar.

Como dice el Señor a través del Profeta Oseas, Él quiere amarnos por pura gracia. Quiere pasar por alto nuestros pecados y perdonarlos –por graves que éstos hayan sido–, si tan sólo nos volvemos a Él. 

¡Así es nuestro Padre! Por eso, podemos tener esperanza y alabar su generosidad.