“Mira, he abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar” (Ap 3,8).
Estas palabras dirigidas al “ángel de la iglesia de Filadelfia” se extienden a todos aquellos que han acogido la invitación de Dios. La puerta hacia el Corazón del Padre está abierta de par en par, de modo que pueden acudir a Él todos los hombres que han emprendido la senda de la salvación. El Señor resucitado, que volverá sobre las nubes del cielo, nos asegura que esta puerta abierta al Corazón del Padre no podrá cerrarla nadie: ni los principados, ni las potestades, ni los dominadores de este mundo tenebroso (cf. Ef 6,12), por más que intenten engañar a los hombres y alejarlos del camino de Dios.
El Padre mismo nos concede la seguridad de su amor y se muestra como Señor de toda la Creación. Por más que quieran atraer la atención hacia ellos y usurpar el lugar de Dios, los ídolos no podrán resistir ante el Señor. Como dice el salmista, “los dioses paganos son nada” (Sal 96,5).
Si el Señor nos ha abierto la puerta, no debemos perder el tiempo, sino apresurarnos en acudir a Él y sacar de las fuentes de la salvación, así como también abrirle de par en par las puertas de nuestro corazón. Nuestro corazón abierto podrá, a su vez, ayudar a otras personas a encontrar un acceso más fácil al amor de Dios. Así, estas palabras del Señor en el Apocalipsis podrían tener un significado más para nosotros:
Él nos da un mayor acceso a los corazones de las otras personas, de modo que podamos conquistarlas para nuestro Padre. ¡Su amor abre las puertas para que esto suceda!
Si, a pesar de nuestros esfuerzos, permanece cerrado algún corazón, no debemos desesperarnos; sino que podemos ofrecérselo a nuestro Padre en la oración y encomendárselo de forma especial a la Virgen María. Ella conoce caminos hacia el corazón de las personas que nosotros desconocemos.