LA PRIMACÍA DE LA VIDA ESPIRITUAL

“Realiza tus deberes con fidelidad, pero convencido de que no hay deber más importante que la salvación de tu alma” (San Francisco de Sales).

Nos encontramos aquí una vez más con la frecuente exhortación a no perder de vista la jerarquía de las cosas y a tener siempre presentes las palabras del Señor en el Evangelio: “Una sola cosa es necesaria: María ha escogido la mejor parte”(Lc 10,42); o aquella otra máxima suya: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6,33).

Nuestras obligaciones terrenales no nos separan de Dios. Hemos de cumplirlas con amor, porque nos han sido encomendadas por el Padre Celestial. Pero lo que Él quiere es que no nos dejemos engullir por ellas, que no ocupen nuestra mente y nuestro corazón hasta el punto de que dejemos en segundo plano la vida espiritual y descuidemos así las necesidades de nuestra alma.

Así como es malsano descuidar los deberes de estado por causa de la oración, también es malsano lo contrario, pues sin la oración regular y las prácticas espirituales difícilmente podremos crecer en el amor y resultará difícil que preservemos el tesoro de nuestra alma que nuestro Padre nos ha confiado.

Aquí podría servirnos esta sencilla reflexión: Cuanto más se llene nuestra alma de la presencia del Señor y vivamos en su paz, más fácil nos resultará cumplir nuestras obligaciones. También el encuentro con las personas será más fácil, porque las virtudes y los dones del Espíritu pueden desplegarse mucho más eficazmente cuando cooperamos de forma consciente con la gracia de nuestro Padre. ¡Y estas virtudes y dones nos ayudarán en todas las situaciones!