“También quisiera que tus superiores te permitan emplear tus momentos libres para conversar conmigo, y que puedas dedicar media hora al día para consolarme y amarme” (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Estas palabras que el Padre dirige a Sor Eugenia se extienden a todos los hombres. El Padre quiere que le dediquemos un tiempo que sea reservado exclusivamente para Él, para cultivar una amistad íntima con Él.
Cuando se dice en las Sagradas Escrituras que “Dios es un Dios celoso” (cf. Ex 34,14) hay que entenderlo de la siguiente forma: ninguna criatura será capaz de darnos lo que nuestro Padre puede darnos en un solo instante. Puesto que es un anhelo tan profundo de Dios compartirnos su gloria, más aún, hacernos partícipes de ella, Él se pone celoso cuando dedicamos nuestro tiempo y atención –y, en consecuencia, nuestro corazón– a cosas pasajeras y no a Él.
En cambio, cuando nos volvemos a Dios como él quiere, saciamos su anhelo y Él podrá abrazarnos con su tierno amor y atraernos cada vez más hacia sí. Entonces nos convertimos en consuelo para Él.
La “pequeña media hora” que nos tomamos cada día para Dios, se convierte en un torrente de amor que brota del Corazón del Padre y que nosotros asimilamos, de manera que nos hace capaces de bendecir también a otras personas con este amor.
La “pequeña media hora” puede producir un giro profundo en nuestra vida, sacándonos de todo aislamiento interior para introducirnos en la presencia de un Dios amoroso.
La “pequeña media hora” se convertirá en un tesoro inconmensurable para nosotros, del que nuestra alma siempre tendrá sed y que nunca más querremos perdernos.
¿Y nuestro Padre? Él se valdrá de esta “pequeña media hora” y nos preparará para ayudar a otras personas a conocerlo, honrarlo y amarlo más profundamente.