“Es a través de mi Hijo y del Espíritu Santo que yo vengo a vosotros y en vosotros, y busco en vosotros mi paz” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Cuanto más dialoguemos con nuestro Padre y estemos en contacto vivo con Él, más aprenderemos a comprenderle, porque Dios podrá comunicársenos más profundamente. Recordemos que Jesús mismo les dijo a sus discípulos que aún no podía transmitirles todo, porque todavía no hubieran sido capaces de sobrellevarlo. Entonces les prometió que les enviaría al Espíritu Santo (cf. Jn 16,12-13).
¿Cuál es la paz que el Señor busca en nosotros? Es la inhabitación de Dios en sus criaturas, a las que ha elevado a ser hijos suyos. Nuestro Padre Celestial busca esta comunión, que fue considerablemente perturbada por el pecado, interfiriendo así en el plan originario de Dios.
Una vida alejada de la gracia de Dios no es verdadera vida, ni para nosotros ni para Él. Nuestro Padre nunca se cansará de llamar a sus hijos a la plena comunión con Él, y nosotros jamás debemos acostumbrarnos a que haya tantos obstáculos para vivir en una relación familiar con Dios.
Un alma que se abre a la gracia de Dios encuentra reposo, y también nuestro Padre en ella. Pensemos en la Virgen Santísima, en quien el Padre pudo poner su morada de forma especial e incluirla en su plan de salvación. ¡Dios encontró su paz en Ella!
Aunque en el caso de la Virgen la inhabitación de Dios haya sido única, nuestro Padre quiere morar en las almas de todos los hombres que se encuentran en estado de gracia. Cuando puede establecerse en ellas, junto con el Hijo y el Espíritu Santo, su búsqueda amorosa finalmente llega a su fin y nuestro Padre halla su paz. Entonces penetrará cada vez más profundamente en el alma que se ha abierto a Él, hasta que llegue a la plena unificación con Él. Así, el Padre se siente en casa en esta alma y ella en Él.
Ha entrado la verdadera paz, y ésta se hará fructífera para la Iglesia y para el mundo entero.