LA PAZ DEL CORAZÓN

“No hay nada tan valioso en el mundo como la paz del corazón” (San Francisco de Sales).

Todos conocemos en nuestro corazón el anhelo de paz e intuimos que, para ser verdadera, debe ir más allá de una mera tregua en la guerra o la ausencia de violencia.

¡Esta verdadera paz existe! Pero es una paz que el mundo no puede dar, sino sólo Jesús: “Mi paz os doy” (Jn 14,27).

A esta paz se refiere San Francisco de Sales. Es una paz que surge al vivir conforme a la Voluntad de nuestro Padre. Sólo esta conformidad puede traer la verdadera paz a nuestro corazón, de modo que cese su inquietud, su agitación, su afán por las cosas de este mundo, su búsqueda de falsa felicidad, etc.

El mundo no puede darnos esta paz, pero tampoco robárnosla, siempre y cuando permanezcamos vigilantes.

Esta paz repercutirá también en nuestro encuentro con otras personas, de modo que ellas empiecen a cuestionarse de dónde procede. Entonces habrá llegado la hora de confesar nuestra fe: Es la paz que nuestro Padre –y nadie sino Él– nos concede. “Paz sólo hay en Dios” –atestiguaba San Nicolás de Flüe, el santo patrono de Suiza. Así, la paz de nuestro corazón puede convertirse en un instrumento para la misión.

Además, debemos cobrar consciencia de que cada paso de crecimiento en la santidad trae más amor y paz a la tierra, y la gracia de Dios puede seguir transmitiéndose a través de nuestra vida.

¿Cómo podrá llegar la verdadera paz a este mundo? La respuesta se desprende de lo dicho anteriormente. Si cada persona buscara la verdadera paz en Dios, entonces esa paz que Él concede se derramaría como rocío de gracia sobre los corazones de los hombres.