“Padre”… ¡Qué maravillosa palabra nos dio el Señor para hacernos comprender al Dios Eterno. Él no es simplemente un Ser invisible, ni mucho menos inalcanzable. Podemos confiar con toda certeza en lo que nos dicen de Él las Sagradas Escrituras. Dios quiere estar muy cerca de nosotros y morar entre nosotros, sus hijos; de muchas maneras quiere darnos a entender cuánto nos ama.
Todo esto está expresado en la palabra “Padre”, que puede tocar lo más profundo de nuestro corazón. La palabra “Padre” implica un inquebrantable “sí” a nosotros, los hombres; un “sí” a nuestra existencia; un “sí” que Dios jamás retractará. Aunque nosotros rechacemos su amor, su “sí” permanece en pie. Éste nos invita a la conversión, a volver a casa, para no cerrarnos a su amor paternal en el tiempo y en la eternidad.
Al enviar a su Hijo al mundo, nuestro Padre pronunció definitiva e irrevocablemente este “sí”. Así, nos llama a volvernos a Él y nos atrae a su cercanía.
“Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único” –atestigua la Sagrada Escritura (Jn 3,16). En Jesús, el Padre nos entregó su propio Corazón.
Ahora, el acceso al Corazón del Padre está abierto. El Hijo ha removido todos los obstáculos a precio de su propia vida. Quien lo acepta a Él, cree en Él y recibe de Él el perdón de los pecados, puede acoger sin impedimentos el amor del Padre, viviendo en la seguridad y felicidad de los hijos de Dios.
¿Qué nos impide aceptar esta invitación? Llenos de confianza, deberíamos ponernos en camino hacia el Padre. ¡Él nos espera, pues Él es nuestro Padre!