LA PALABRA DEL PADRE

“He manifestado tu nombre a los del mundo que me diste (…), y han guardado tu palabra” (Jn 17,6).

Para nuestro Señor es importante que lo acojamos como el Enviado del Padre y guardemos su Palabra, pues es la Palabra de nuestro Padre Celestial.

Los que cumplen esto están a salvo, porque, como nos dice el Señor en el evangelio “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35). ¡Y así es!

Aferrarnos a la Palabra que nos fue transmitida –y, por tanto, al Señor mismo– no es menos importante hoy que en el tiempo en que Jesús dirigió esta súplica al Padre. En efecto, su Palabra nos señala el camino y nos concede siempre una viva relación con Dios.

Precisamente en estos tiempos de gran confusión, que ha penetrado incluso en la Iglesia y la empaña considerablemente, la Palabra de Dios, apoyada e interpretada por el auténtico Magisterio de la Iglesia, es un arca firme en el oleaje de tantas palabrerías e ideologías que alejan al hombre de la verdad.

“Una palabra tuya bastará para sanarme” –decimos con reverencia antes de recibir la Santa Comunión. ¡Una sola palabra bastará, porque es LA Palabra misma, es el Señor! Cada palabra suya es luz en la oscuridad. Por eso, al guardar su Palabra dejamos que nuestro Padre nos guíe a través del tiempo en la fidelidad al Señor, para no andar en tinieblas (cf. Jn 8,12).

Nunca perdemos el tiempo cuando interiorizamos la Palabra del Señor y dejamos que penetre profundamente en nosotros. Entonces, ella habitará en nosotros y se nos convertirá en fuente inagotable de vida. Al mismo tiempo, nos dará criterio para el discernimiento de los espíritus, familiarizándonos con la voz del Padre y haciéndonos capaces de distinguirla de todo tipo de voces y palabras que nos susurran.

¡Sólo en la Palabra de Dios podemos sostenernos! ¡Sólo en ella podemos apoyarnos!