“Como gota de agua del mar, como grano de arena, tan pocos son sus años frente a la eternidad. Por eso el Señor es paciente con ellos, y derrama sobre ellos su misericordia” (Sir 18,10-11).
¡Qué sabiduría adquirirían nuestros corazones si cobrásemos mayor conciencia de esta realidad! Tenemos a disposición el breve tiempo de nuestra vida terrenal, y luego nos espera la comunión eterna con nuestro Padre Celestial en una indescriptible gloria.
¡Cuánta fuerza podríamos sacar de esta esperanza para cumplir la misión que Dios nos ha confiado en nuestra vida terrenal! ¡Cuántos frutos de verdadera humildad crecerían de sabernos responsables ante Aquel que tiene tanta paciencia con nosotros y nos ofrece día a día su misericordia! ¡Cómo podría transformarse nuestra vida con esta visión de la realidad de nuestra existencia!
Al mismo tiempo, la cita de hoy nos permite echar una mirada al Corazón de nuestro Padre. Él conoce la eternidad, Él sabe lo que le espera al hombre y nos lo ha anunciado una y otra vez. Él ve los rumbos errados que emprendemos y conoce sus consecuencias. ¡Cuánto anhelará nuestro Padre que los hombres recorran sus caminos y acojan su amor! Él los espera siempre, una y otra vez, hasta su último suspiro.
La paciencia de nuestro Padre tiene sólo el límite que nosotros mismos le ponemos cuando desaprovechamos nuestra vida o incluso nos obstinamos en la rebelión contra Él. Es una necedad sin límites no dejarse amar por nuestro Padre y no acoger su misericordia.
¡Qué pronto se acaba nuestra vida! Tal vez mañana…
Hoy podemos adquirir sabiduría y no tenemos que esperar hasta llegar a la vejez. Estamos invitados a aprovechar los pocos años que tenemos a disposición para responder a Aquel que tiene tanta paciencia con nosotros y nos espera en la eternidad.