Después de haber hecho un paréntesis de tres días, queremos ahora retomar nuestro ciclo de espiritualidad. En esta ocasión, hablaremos sobre el tema de la oración. Sin ella, es imposible profundizar la relación con Dios, porque la oración es el diálogo vivo con el Señor; es la forma cómo Él nos habla. Por eso es una ilusión creer que basta con hacer buenas obras, y que, por lo demás, no nos hace falta el diálogo directo con Dios. Ciertamente hay vocaciones especiales, que cultivan la oración con una intensidad especial y le dedican toda su vida. Pero lo que cuenta para todos es que no se puede descuidar la oración.
Sin la oración, no se podría comprender en qué consiste la relación de amor con Dios. Un matrimonio, por ejemplo, no vive sólo de lo que hagan juntos; sino también del diálogo, del intercambio y de los gestos de amor que son propios del matrimonio. Lo mismo sucede en la relación con Dios… El Señor quiere que lo escuchemos y que le abramos a Él nuestro corazón, confiándole cada cosa. ¡Y la oración es un camino eminente para hacerlo! Santa Teresa de Ávila, un alma orante, nos dice que la oración es “el gran diálogo con Dios”.
Espero que las meditaciones que siguen ayuden a apreciar más el valor de la oración e impulsen a practicarla.
Aspectos generales sobre la oración
La oración es un gran regalo de Dios, y es el alma de la vida espiritual. A través de ella, tenemos la dicha de entrar en una relación cada vez más íntima con Dios, ya en esta vida terrenal.
Todas las diversas formas de oración tienen una meta en común: primero, la glorificación y adoración de Dios; y, segundo, la transformación del hombre a través de la fuerza del Espíritu Santo, de modo que el rostro de Cristo resplandezca cada vez más en él y su unión con Dios sea más y más profunda. Esta finalidad sirve tanto para la propia santificación como para la santificación del mundo, porque, en la oración, el Espíritu Santo impulsa al hombre a hacer su parte en la expansión del Reino de Dios.
La clave más sencilla para adentrarse al mundo de la oración es tener presente que la relación de Dios con el hombre es una relación de amor. La razón de nuestra existencia es el amor que Dios nos tiene, y Él está constantemente conquistándonos y luchando para hacernos más receptivos a Su amor.
Desde nuestra perspectiva humana, la oración es la respuesta al amor divino. A través de ella entramos en el gran diálogo con Dios, que se enciende en nosotros a través del Espíritu Santo. A través de la oración, tiene lugar el más íntimo contacto entre el hombre y Dios. En otras palabras, se da el profundo encuentro de los corazones: el nuestro con el de Dios.
Y es que precisamente con Él podemos estar frente a frente, sin escrúpulos y sin miedos, sin falsas justificaciones y sin máscaras, sin tener que dar pruebas de nuestro valor… ¡simplemente respondiendo a aquel diálogo de amor que Él ya inició tiempo atrás con nosotros!
Toda forma de oración es valiosa en la medida en que sea pronunciada con el corazón; es decir, cuando la persona, en su totalidad, está presente en ella.
Hay que recorrer un camino hasta llegar ahí, pues todavía no estamos enfocados en Dios con la plenitud de nuestro ser. De hecho, es precisamente la oración la que consigue despertar nuestra verdadera esencia como personas.
Sólo seremos capaces de abandonarnos plenamente en Dios, tanto con nuestros lados buenos como con los oscuros, cuando nos hayamos encontrado con Su amor incondicional. Sólo entonces el hombre podrá liberarse de las tensiones de su vida; aquellas tensiones que se generan cuando él se esfuerza en vano por asegurar la aceptación de su propia vida, cayendo así fácilmente en dependencia de otras personas.
La oración le permite a Dios obrar en nosotros a través de su Espíritu, de manera que aquellas actitudes nuestras contrarias al querer de Dios y todos los obstáculos que ponemos a Su obra, puedan ser vencidos, para que el Señor pueda glorificarse a través de nosotros.