Quien se haya adentrado en la oración del corazón por un buen tiempo, y la practique con regularidad, podrá experimentar la dicha de que esta oración se va haciendo presente en el corazón. Se vuelve fácil retirarse a esa „celda interior“ que se ha formado gracias a la oración, en aquellos momentos en que la bulla de afuera estorba y estamos más expuestos a la dispersión.
Pero, aun cuando el mundo exterior no sea tan ruidoso, uno se retira gustosamente a su „celda interior“, para estar allí con el Señor. Con el paso del tiempo, esto se convierte en lo más natural. Por supuesto que, para llegar ahí, hay que acoger los impulsos de la gracia y cultivar la oración en el interior. Así, llega a ser una buena costumbre espiritual, la de retirarnos gustosamente a la oración, y, a través de ella, estamos en casa en el Señor.
Algunos maestros espirituales hablan de la „oración automática“. Esto significa que el Espíritu de Dios mismo ora en nosotros, de manera que uno puede sorprenderse a sí mismo orando interiormente, sin haberlo empezado por propia iniciativa. Puede suceder que, por ejemplo, nos despertemos en la mañana y estemos ya orando, lo cual es, por supuesto, muy reconfortante.
Al inicio, había dicho que la oración del corazón es una especie de „antesala“ de la contemplación. De hecho es así, siempre y cuando vaya de la mano con un camino espiritual.
La contemplación es un regalo que Dios concede -según Su querer- cuando el alma ha dado los correspondientes pasos de transformación interior. Si bien la contemplación es siempre un don gratuito, sí podemos prepararle el terreno con nuestra cooperación. En ella, es Dios mismo quien actúa directamente en nuestra alma, atrayéndola a Sí mismo y moldeándola, sin que nosotros participemos activamente en ello, como es el caso en las otras formas de oración. Pero para invitar a Dios a obrar de esta forma en nosotros, a través de la contemplación –lo cual, al fin y al cabo, será siempre decisión Suya—generalmente se requiere de un largo camino interior.
De hecho, la oración del corazón es bastante apropiada para esta preparación. Como nos enseñan los maestros de esta oración, ella ayuda a purificar el corazón, a ordenar los pensamientos y a centrarlos en Dios y en el propio corazón, a través de la invocación del Nombre del Señor. Entonces, nos adentramos más profundamente en el interior del alma; allí donde Dios mismo pone su morada, según Él mismo lo ha dicho (cf. Jn 14,23), y allí donde podemos encontrarnos cada vez más íntimamente con Él. La extraordinaria simplicidad de esta oración, que nos ayuda a refrenar y calmar los sentidos exteriores, le permite al Espíritu Santo enraizar en nosotros Su presencia hasta el punto de poderla sentir. Los padres de la oración hablan de una especie de calor interior, que surge en el corazón a través de la intensa oración.
Si nos retiramos frecuentemente a esta „celda interior“, ya no nos dejaremos absorber tanto por la dinámica del mundo exterior en nuestra vida cotidiana, porque, en medio de nuestras obligaciones, sabremos cultivar la oración interior. Cuando esto sucede, vamos adquiriendo una actitud contemplativa, que nos permite cumplir con nuestras tareas en el mundo a partir de la oración, y a impregnarlas con ella. Quizá podemos aplicar aquí una comparación que el Señor nos pone en el Evangelio, cuando dice que sus discípulos son la luz del mundo (cf. Mt 5,14), y cuando habla de la levadura que fermenta toda la masa (cf. Mt 13,33).
Si lo referimos a la oración del corazón, podemos decir que ésta es la levadura que todo lo fermenta.
Tengamos presente que esta oración está constituida de tal forma que puede ser rezada prácticamente a toda hora. Así, el Espíritu Santo orará cada vez más en nosotros, y, a través de la oración, irá asumiendo la guía de nuestra vida interior, lo que repercutirá también en nuestros quehaceres exteriores. Entonces, el Espíritu Santo nos atraerá con creciente facilidad para que cultivemos la oración y nos retiremos a la serenidad de un corazón cada vez más penetrado por Dios y moldeado a Su imagen. Aquí habremos llegado a la antesala de la contemplación, donde podemos esperar pacientemente, a ver si Dios quiere adentrarnos más aún en los misterios de Su amor y en el „degustamiento“ interior de Su presencia.
También en la oración del corazón tendremos que atravesar etapas de sequedad y de dispersión. Incluso puede haber fases en las que se nos vuelve tediosa la misma oración que antes tanto amábamos, de modo que nos vemos tentados a descuidarla… Aquí es cuando hay que poner en práctica la perseverancia y la fidelidad, al igual que en toda la vida de oración y en todos los actos del seguimiento de Cristo. Dios nos conducirá a través de desiertos interiores, que sirven para consolidar nuestra fe.
Ciertamente serán pocos que, viviendo en el mundo y con sus respectivas obligaciones, puedan adentrarse en una oración tan profunda como la que cultivan los monjes. Pero, aunque no tenga la misma intensidad, la oración del corazón producirá excelentes frutos, enriquecerá nuestra vida de oración y profundizará la relación con Dios.
Para terminar, un último consejo: Si nos decidimos a incluir en nuestra vida la práctica de la oración del corazón, de ninguna manera hemos de descuidar el rezo del Santo Rosario. Este tesoro, que nos ha sido entregado en la Iglesia Católica, tiene un valor especial por la cercanía de la Virgen María. Por eso, nuestra recomendación de practicar la oración del corazón no es „o lo uno o lo otro“; sino que es la añadidura de una valiosa oración tomada del rico tesoro de la Iglesia.