«Señor y Padre mío,
Que te alabe y te haga alabar por todas las criaturas.
Concédeme, Padre mío, que los pecadores se conviertan,
Que los justos perseveren en gracia
Y que todos consigamos la gloria eterna. Amén.»
(San Antonio María Claret).
- Alabar al Padre y hacerle alabar por todas las criaturas.
Toda nuestra vida debe hacer resonar la alabanza a Dios en la Tierra. En todo lo que hagamos, debemos glorificarle y darle la gloria que se merece. Esto debería convertirse en algo natural para nosotros. Las personas necesitan saber por qué vale la pena vivir. También deben poder leerlo en nuestro testimonio.
La alabanza a Dios es lo que nos corresponde hacer y, además, no es difícil. Al glorificar al Padre y seguir a su Hijo, Jesucristo, hacemos lo más grande. Entonces, nuestra vida, arraigada en Jesús, que es la “imagen visible del Dios invisible” (Col 1,15), dará testimonio del Padre. Todo lo que hagamos en su Nombre se convertirá en alabanza a su gloria.
En la última parte de su oración, el ardiente corazón misionero de San Antonio María Claret se desborda al suplicar al Padre la conversión de los pecadores. Ya que no le han alabado a través de una vida de santidad, que al menos den testimonio de su bondad a través de su conversión. ¡Es su segunda oportunidad! Así podrán glorificar fervientemente al Padre llevando una vida acorde con la conversión. Nuestro Padre les concede esta oportunidad infinitamente valiosa y, por tanto, no tienen por qué desanimarse.
Pero también los justos deben mantenerse firmes ante las múltiples tentaciones que quieren apartarlos del camino. Para ello, se requiere perseverancia en la gracia de Dios.
Que nuestro Padre nos conduzca a todos a salvo hasta la vida eterna, donde cantaremos sin cesar sus alabanzas junto a todos sus ángeles y santos.
