«Señor y Padre mío, que te conozca y te haga conocer.
Que te ame y te haga amar.
Que te sirva y te haga servir.»
(San Antonio María Claret).
Esta es la oración preferida de un gran santo y misionero que predicó incansablemente el Evangelio: San Antonio María Claret. Fundó una Congregación religiosa y fue obispo en Cuba.
En su oración se puede ver cómo el Padre tocó y encendió su corazón. Podría parecer que la hubiera copiado directamente del Mensaje del Padre a la Madre Eugenia Ravasio. Por supuesto, en su época todavía no existía este librito, pero sí que existía Aquel que posteriormente se lo comunicó a Sor Eugenia.
Las partes de la oración de este santo nos trazan el camino para una breve reflexión.
- Conocer a Dios y hacerle conocer.
¡Cuánto lo desea nuestro Padre Celestial y hasta qué punto contagió de este anhelo a su siervo Antonio! ¡Cuánto debería arder este deseo también en nuestros corazones! Quien conoce al Padre no puede sino desear ardientemente que los demás también lo conozcan. Luego, hay que dejar que Dios nos muestre la manera de darlo a conocer.
- Amar al Padre y hacerle amar.
Cada día se nos presenta la oportunidad de crecer en el amor a Dios, incluso en lo secreto. Cada acto de amor, cada renuncia a nosotros mismos por causa del Señor acrecientan el amor en la Tierra y transforman nuestro corazón. Esto, a su vez, repercute en nuestra oración y en nuestro trato con el prójimo, y abre caminos para que Dios actúe a través de nosotros.
- Servir al Padre y hacerle servir.
El servicio es el gran secreto de nuestra vida y el Señor mismo nos lo enseñó. Él vino para servirnos y sigue haciéndolo día tras día y hora tras hora. Sus ángeles también están a nuestro servicio. Así es como entendemos la soberanía de Dios y la verdadera grandeza. Si aprendemos a servir en este espíritu, no será servidumbre, sino que habremos adoptado la actitud de Dios y esta resultará atrayente para las personas. Así, también ellas aprenderán a servir al Señor con alegría a través de nuestro testimonio.