Fil 1,18-26
¡Qué importa! Al fin y al cabo, con hipocresía o con sinceridad, Cristo es anunciado, y esto me alegra y seguirá alegrándome. Yo sé que esto servirá para mi salvación, gracias a vuestras oraciones y a la ayuda prestada por el Espíritu de Jesucristo, pues espero firmemente no sentirme en modo alguno fracasado. Al contrario, tengo la plena seguridad, ahora como siempre, de que Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte, pues para mí la vida es Cristo, y el morir, una ganancia…
Pero si el vivir en el cuerpo significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger… Me siento apremiado por ambos extremos. Por un lado, desearía partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otro, quedarme en el cuerpo es más necesario para vosotros. Con esta convicción, sé que me quedaré y seguiré con todos vosotros para progreso y gozo de vuestra fe, a fin de que tengáis por mi causa un nuevo motivo de satisfacción en Cristo Jesús, cuando yo vuelva a estar entre vosotros.
¡Podemos sentir el fuego que arde en el Apóstol Pablo! Todos sus intereses personales han quedado atrás, y arde por que el Nombre de su Señor sea anunciado. Incluso tolera que la intención de los que lo anuncian no sea pura y que aún intervengan sus propios intereses. Pero Pablo confía en que, a pesar de ello, el Señor puede tocar a las personas que escuchen su anuncio. Esto puede ser un consuelo para nosotros, cuando todavía reconocemos imperfecciones humanas en la evangelización. Vale aclarar que, lógicamente, esto no aplica cuando se trata de una propagación de falsas doctrinas.
En San Pablo, el Apóstol de los Gentiles, vemos a un hombre que está totalmente al servicio de la tarea que le ha sido encomendada, y bien enfocado en la meta. La misión que le fue confiada lo marca por completo: es su primer y último pensamiento, y abarca la vida y la muerte. ¿Qué es lo que aprovecha a esta misión?, ¿cómo podrá llegar a las personas? ¿Qué es mejor: que el Apóstol pueda emprender el retorno a casa, donde su Señor; o que continúe sirviendo al anuncio del evangelio en la Tierra?
Teniendo en vista el anuncio del evangelio, Pablo pone en segundo plano su propio anhelo. Él se da cuenta de que conviene permanecer con los cristianos, para fortalecerlos e impulsar su fe. La hora de la muerte llegará; y, con ella, la unificación total con Cristo. Pero ahora es momento del anuncio; es la hora de trabajar en la viña del Señor.
También nosotros podemos llegar a encontrarnos en una situación semejante a la del Apóstol. Nuestro corazón podría empujarnos a estar enteramente junto al Señor, dejando atrás la vida terrena; o a retirarnos por completo para estar a solas con Dios. ¡Ciertamente ésta sería la mejor opción: finalmente estar por entero con el Señor! Pero, por otro lado, están las personas que nos han sido encomendadas; están aquellos que esperan nuestro testimonio, y es más importante continuar con este servicio que corresponder plenamente al anhelo personal hacia Dios. Él no sólo aceptará este sacrificio, sino que se complacerá al ver que ponemos el bien de las otras personas por encima de nuestro deseo personal, por bueno y legítimo que éste sea.
Puede incluso suceder que Dios nos dé la opción de elegir, como fue el caso con San Pablo. En este contexto, él no habla de descubrir cuál es la Voluntad de Dios, porque sabe que, sea que escoja la primera o la segunda opción, estará en la Voluntad del Señor. Él pondera y se decide a favor de todos nosotros, porque también nosotros, hasta el día de hoy, sacamos tanto provecho de las palabras del Apóstol de los Gentiles.
Lo esencial para nosotros es que también en nuestro interior arda el fuego de amar a Dios por encima de todo, de dar testimonio del amor de nuestro Padre y de corresponder plenamente a esta misión que nos ha sido encomendada, sea dentro de la situación de vida en la que nos ha puesto el Señor, o sea que Él nos llame a estar enteramente a Su servicio. Podemos pedir que este fuego sea encendido en nosotros, y cuidar, como dice una bella oración de la liturgia de las horas, “que ninguna tentación pueda nunca destruir el ardor de la fe y de la caridad que tu gracia ha encendido en nuestro espíritu”.