LA OBRA DEL ESPÍRITU 

Nuestro amado Padre quiere morar en nuestras almas y edificar en ellas su templo. Así como San Pablo nos dice, estamos llamados a ser templo del Espíritu Santo (1Cor 6,9). Entonces, no son solamente las majestuosas y hermosas catedrales donde el Señor mora en el Sagrario; sino que en todo momento y en todo lugar podemos encontrarlo en nuestro propio corazón, que se convierte en tabernáculo de su gracia. Así habla el Padre en el Mensaje con respecto a la acción del Espíritu Santo:

“La obra de esta Tercera Persona de mi Divinidad se realiza sin bullicio, y a menudo el hombre no lo percibe. Pero para Mí es una manera muy apropiada de permanecer, no solo en el Tabernáculo, sino también en el alma de todos aquellos que están en estado de gracia, para establecer allí Mi trono y morar siempre ahí, como un verdadero Padre que ama, protege y asiste a su hijo. ¡Nadie puede imaginar la alegría que experimento cuando estoy a solas con un alma!”

¡Tomemos consciencia de que, de esta manera, el Padre está siempre en nosotros e inicia un intercambio de amor con nosotros! Su presencia divina impregna nuestro interior, y cuando permitimos que el Espíritu Santo actúe en nosotros, se hará cada vez más natural la relación confiada e íntima con nuestro Padre. El Espíritu Santo mismo hará a un lado todos los obstáculos. En el alma se asienta entonces la seguridad del amor y queda fortalecida por dentro. Los dones del Espíritu Santo hacen de ella un glorioso templo, en el cual nuestro Padre puede morar gustosamente y edificar su trono.

La inhabitación de Dios en el alma está prevista para cada persona, pues ¡cómo podría Él olvidar a sus creaturas, a las cuales ha llamado a la vida! Salgamos junto al Señor a echar la red del amor, para que muchas personas respondan a su invitación y, retornando al estado de gracia, pueda Dios edificar en ellas su trono.