LA OBRA DE ARTE DE DIOS

“Cuanto mejor te conozco, más te amo. Cuanto más me familiarizo contigo, más bondadoso te muestras. ¡Oh, qué tesoro insondable, perfecto y puro eres!” (Beato Enrique Suso).

En estas palabras se nos revela un alma amante. Enrique Suso es un místico alemán († 1366), uno de esos santos que hablan a partir de su experiencia interior con nuestro Padre, una de esas almas que han probado el dulce sabor del amor divino y vivieron en íntima unión con Dios.

Pero esta experiencia no está reservada exclusivamente para algunas almas privilegiadas, sino que Dios quiere entrar en esta relación de amor con cada uno de nosotros. Hemos de gustar y ver cuán bueno es el Señor (Sal 34,9), experimentando cómo su amor nos busca y quiere atraernos hacia sí.

Cuando empezamos a sentirnos en casa en este amor, descubrimos cuán amoroso es Dios; con cuánta ternura, suavidad y al mismo tiempo firmeza Él moldea nuestra alma, configurándola según el Rostro de su Hijo. Dios quiere verse reflejado en nosotros. ¡Cuán grande es su alegría cuando nos asemejamos cada vez más a la imagen según la cual Él nos creó (Gen 1,27)! ¡Cuánto se deleita nuestro Padre en sus hijos!

Cuando, gracias a la obra del Espíritu Santo, nos hemos vuelto más dóciles a su Voluntad, cuando han sido sanadas las distorsiones y desfiguraciones más graves causadas en nuestro ser por el pecado, cuando nuestra obstinada voluntad propia se ha rendido a la suave voz del Espíritu, cuando nuestras vanidades se nos han convertido en molestia y la soberbia ha desenmascarado su nada, nuestro Padre comienza a completar su obra de arte con suma ternura y cuidado.

Su amor ya ha conquistado nuestro corazón, y ahora se pone manos a la obra para hacerlo semejante a su corazón. Empezamos a percibir tan amorosamente la presencia de Dios que ya no podemos ni queremos negarle nada. Y cada respuesta de amor acrecienta el amor, hasta que éste obtenga el reinado sobre nosotros sin restricciones.