LA MAYOR FELICIDAD DEL PADRE 

“Yo vivo cerca del hombre (…). Yo veo sus necesidades, sus penas, todos sus deseos; y mi mayor felicidad está en ayudarle y salvarlo” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Hoy nos fijamos en otro aspecto que hace feliz al Padre. Hace dos días habíamos meditado su alegría al estar entre nosotros; hoy consideramos su felicidad tierna y paternal al asistirnos en todas las situaciones, al hacernos bien y cuidar de los que ama.

Si tenemos hijos o trabajamos en algo que nos conecta con personas que necesitan de nuestra ayuda, podremos entenderlo, pues también a nosotros se nos convierte en motivo de felicidad el poder ayudar a otros.

Pero esto no cuenta únicamente para la ayuda a nivel práctico, sino que se extiende también al ámbito pastoral. ¡Qué maravilloso es para un sacerdote dar la absolución en el sacramento de la penitencia! ¡Qué maravilloso es poder dar un consejo espiritual, rezar por las almas del purgatorio, transmitirle a una persona lo más importante; a saber, la fe en Jesucristo!

Y si para nosotros, que somos malos, es una profunda alegría ayudar (cf. Mt 7,11), ¡cuánto más lo es para nuestro Padre hacerse cargo de sus hijos y asistirles! ¿Cuántas veces el Padre nos salva? ¡Innumerables veces! ¿Cuántas veces alivia nuestras penas? ¡Innumerables veces! ¿Cuántas veces cumple nuestros deseos mucho más allá de lo que le habíamos pedido? ¡Innumerables veces! Y si no nos los cumple, será porque tiene pensado algo mejor para nosotros.

Es bueno para nosotros escuchar que es una alegría para nuestro Padre ocuparse de nosotros, que de ningún modo somos una carga constante para Él, como a veces podríamos suponer cuando vemos con claridad nuestras propias debilidades.

Nos encontramos siempre frente al misterio de un Dios que es amor. Su amor nos envuelve siempre y nunca nos pierde de vista.