Si, al iniciar el año, ponemos nuestra mirada en la Madre del Señor, tal como la Iglesia nos insta a hacerlo, entonces todo se esclarece, a pesar de las nubes oscuras que actualmente se ciernen sobre el mundo.
Todo se esclarece, porque Tú, oh María, fuiste elegida como hija del género humano. Tú no solamente diste a luz al Hijo de Dios; sino que también lo seguiste como discípula. Así, el Señor te incluyó de forma especial en el plan de la salvación. Esto nos da esperanza, porque nuestro Padre, que te confió a su Unigénito, te convirtió también en Madre de la humanidad redimida.
Por eso, al finalizar la Octava de Navidad y al iniciar el nuevo año, nos dirigimos a Ti, oh Madre de este Amado Niño, y ponemos en tu corazón a todos los hombres.
Cuando fracasan todos nuestros esfuerzos por llevar a las personas a Jesús; cuando los corazones parecen obstinados y endurecidos; cuando las mentes están como enceguecidas, confiamos a tu intercesión especialmente a aquellos por quienes luchamos. Tú conoces caminos para llegar a los corazones de los hombres, que nosotros desconocemos.
Pero, amada Madre, no son sólo ciertas almas en particular las que están en peligro; sino que “la oscuridad cubre la tierra y espesa nube a los pueblos” (Is 60,2). Parecería que el príncipe de las tinieblas quiere someter a todos los pueblos, prometiéndoles a los hombres un paraíso artificial y usurpándoles su libertad. Pero sólo conseguirá victorias pírricas, porque Tu Amado Hijo vino al mundo a destruir las obras del diablo (1Jn 3,8), y efectivamente lo hizo.
Y tú, amada Madre, fuiste llamada a aplastar la cabeza de la serpiente (Gen 3,15)… ¡y así sucede!
Suplícale a tu Hijo que muchas personas se conviertan en este año; alcánzanos una Iglesia que arda por la salvación de las almas; intercede para que los poderosos sean derribados de sus tronos (cf. Lc 1,52), de manera que la oscuridad anticristiana sea ahuyentada y llegue un tiempo de consolación (cf. Hch 3,20).