LA LLAVE DE DAVID –  LA LLAVE DEL AMOR

“Los hombres tienen que conocerme mejor. Necesitan la llave de David para abrir la puerta de mi corazón, esa llave que mi Hijo obtuvo y concedió a toda la humanidad” (Palabra interior).

En varias partes de la Sagrada Escritura se hace mención de la “llave de David”, y entendemos muy bien que al Hijo de David, a Jesucristo, se le ha dado esta llave. También conocemos las “llaves del Reino” que le fueron encomendadas a San Pedro, cuya autoridad se deriva del Señor mismo. En la Revelación de San Juan escuchamos estas palabras al ángel de la iglesia de Filadelfia:

“Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie puede cerrar, y cierra y nadie puede abrir” (Ap 3,7).

Las llaves del corazón de Dios están a nuestra disposición. ¡Sólo tenemos que usarlas y aprovechar día a día el acceso a nuestro Padre! ¿Qué más puede hacer Dios sino ofrecérnoslas? Si las aceptamos, serán las llaves hacia la verdadera vida.

Si tomamos estas llaves y accedemos por medio de ellas al corazón abierto de Dios, llegaremos a conocerlo mejor, tal como corresponde a su deseo más profundo. Si conocemos mejor a Dios, nos volvemos más capaces de amarle a Él y de amar a los hombres, e incluso el trato con nosotros mismos estará cada vez más marcado por la sabiduría de Dios.

La llave de David es la llave del amor, pues, firmemente arraigada en la verdad, nos da acceso a los abismos de Dios. El amor puede abrir todas las puertas, siempre y cuando no se cierren conscientemente a él.

Si se nos ha encomendado esta llave y, con la ayuda de la Virgen María, la convertimos en un instrumento de la gracia de Dios, entonces no sólo se nos abrirán las puertas a la gloria celestial, sino también a los corazones de muchos hombres.