En el Mensaje a la Madre Eugenia, el Padre expresa un profundo deseo suyo:
“Que Mis sacerdotes se dirijan sin temor a todas partes, a todas las naciones, llevando a los hombres la llama de Mi amor paternal. Entonces, las almas serán iluminadas y conquistadas; no solamente de entre los infieles, sino también de todas las sectas que no hacen parte de la verdadera Iglesia. Sí, que estos hombres, que son también hijos Míos, vean brillar esta llama ante ellos; que conozcan la verdad, que la abracen y practiquen todas las virtudes cristianas.”
Esta llama del amor del Padre, que ha de derretir la capa de hielo que rodea los corazones, debe difundirse a todas las naciones y a todos los hombres. Ellos han de enterarse de que existe un Creador que los ama inconmensurablemente y que quiere salvarlos de su desamparo y de una vida sin sentido. Este amor paternal puede sanar e iluminar a cada persona que no se cierre conscientemente a su luz. Este amor es capaz de conquistar e incluso penetrar en territorio hostil, convirtiendo a los enemigos en hermanos. Es capaz de todo, siempre y cuando no se lo rechace. Si esto sucede, permanece triste ante las puertas de un corazón cerrado (cf. Ap 3,20); pero nunca deja de amar y siempre sigue esperando.
Son los sacerdotes –los hijos predilectos del Padre Celestial– quienes han de glorificarlo de forma especial, así como lo hizo el Hijo de Dios a quien ellos representan: “Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar” (Jn 17,4).
A los sacerdotes les han sido encomendados los tesoros de gracia de la Iglesia, los sacramentos y la Palabra de Dios. Han de apresurarse –como lo hicieron en su tiempo los apóstoles y tantos misioneros– y consumirse de amor por el Señor y por las ovejas que les han sido confiadas. ¡Cuántas personas están a la espera del mensaje de la salvación!
Las almas de los que aún no tienen fe se ven privadas del alimento celestial, pues no conocen las praderas donde se encuentra la verdadera comida para la vida eterna (cf. Jn 6,54-55). Los seguidores de las sectas están confundidos, pues sus mentes han sido cegadas por una falsa luz y sus almas permanecen atadas.
Vosotros, sacerdotes, hijos amados del Padre Celestial, tenéis parte en el poder de las llaves conferido a Pedro: ¡Abrid a los hombres las puertas de la vida eterna¡ ¡Habladles del amor del Padre! ¡Apresuraos y no tardéis!