Mt 7,7-12
“Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Acaso alguno de vosotros le da una piedra a su hijo cuando le pide pan?; ¿o le da una culebra cuando le pide un pez? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan! Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos. En esto consisten la Ley y los Profetas.”
Realmente no es tan difícil cumplir la Ley de Dios. Al leer la última frase del evangelio de hoy, enseguida se evidencia que tiene mucho sentido. Pero la dificultad aparece a la hora de poner en práctica aquello que reconocemos como lo correcto. Todo lo que esperamos de los demás, hemos de hacerlo con ellos. En esto consisten la Ley y los Profetas.
Si reflexionamos con sinceridad, rápidamente sabremos cómo es que debemos comportarnos con las demás personas. Basta con pensar cómo nos gustaría que a nosotros nos traten… Pongo un par de ejemplos: a todos nos gusta ser tratados con respeto. En caso de un conflicto, todos quisiéramos que los demás comprendan qué fue lo que quisimos decir, y a nadie le gustaría que lo malinterpreten.
Si relacionamos estos ejemplos con la enseñanza del evangelio de hoy, entonces tendremos que esforzarnos seriamente por ser comprensivos con los demás y por dejar a un lado nuestros rápidos prejuicios.
Podríamos mencionar un sinnúmero de comportamientos, también aquellos que no nos agradan. Si nos damos cuenta que hemos sido tratados injustamente y que la otra persona no hizo ningún esfuerzo por aclarar la situación, sino que simplemente quiso tener la razón, nos sentiríamos lastimados. Ahora, podamos sacar de aquí nuestra enseñanza… Cuestionémonos con sinceridad si de pronto nosotros mismos actuamos así en una situación similar.
Entonces, si verdaderamente ponemos en práctica esta Palabra del Señor, será para nosotros una constante escuela en el amor al prójimo. Nuestra alma es muy sensible, por eso podemos reconocer con claridad si hemos sido heridos o, por el contrario, si se nos ha tratado en la forma debida.
Tomemos como otro ejemplo el reírse sobre una persona. Cuestionémonos: ¿Cómo lo hacemos? ¿Acaso nos ponemos por encima de ella? ¿O nos burlamos de sus debilidades? ¿Hay algo ofensivo en nuestra risa?
Si tomamos en serio la Palabra del Señor también hemos de preguntarnos: ¿Cómo reaccionamos cuando alguien se ríe de nosotros? Si se trata de una burla ofensiva e hiriente, sentiremos que nuestro honor está siendo lastimado. En cambio, si es una broma para ayudarnos a ver algo con más distancia, podemos también nosotros unirnos a la risa.
Podemos asumir este criterio: evaluémonos con atención y nunca nos permitamos alzarnos por encima de los demás.
Insisto en que podríamos citar una enorme lista de ejemplos, y la conclusión será siempre la misma: lo que hoy nos enseña el Señor es una verdadera escuela de amor al prójimo, si lo ponemos en práctica.
La Escritura nos exhorta a compartir nuestro pan con el hambriento (cf. Is 58,7). Nos queda claro el porqué de esta exigencia si nos ponemos nosotros mismos en los zapatos del hambriento. ¡Cuán agradecidos estuviéramos si alguien nos ofrecería algo de comer!
Todo esto, y mucho más, hemos de grabarlo profundamente en nuestro corazón, reconociendo la sabiduría que está contenida en la Sagrada Escritura: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos”.
¡Cuánto nos gusta ser amados y respetados, ser apoyados y recibir buenos consejos! ¡Hagamos esto con los demás, y así daremos cumplimiento a la Ley y a los Profetas!
Previo a esta enseñanza, el Señor nos invita a orar con gran confianza. Si pedimos, recibiremos; si buscamos a Dios, lo encontraremos. ¡A Dios le encanta que le pidamos de la forma correcta; le encanta que lo busquemos, pues cuando lo hacemos, crece en nuestro corazón el anhelo hacia Él!
Dios quiere darnos a entender cómo es Él. Por eso nos pone un ejemplo de la vida cotidiana. ¿Acaso un padre podrá negarse a cumplir una justa petición de su hijo? ¡Lo normal es que le conceda cuanto él le pide! Y en la siguiente frase el Señor subraya una vez más la bondad de Dios: si nosotros, que por inclinación somos malos, sabemos dar amor a nuestros hijos, ¡cuánto más Dios, en quien no hay ningún rastro de maldad sino que es amor puro! ¡Cuánto más Él dará a aquellos que le piden!
“Tocad y se os abrirá”. ¡Hagámoslo y seamos perseverantes en ello! ¡Hagámoslo por los demás y por nuestro propio crecimiento espiritual!
El Señor mismo dijo: “Yo soy la Puerta” (Jn 10,9). ¡Toquemos a la puerta del corazón de Jesús, que estará siempre abierto para nosotros!