LA JERARQUÍA DEL AMOR

“Es mejor arder que conocer” (San Bernardo de Claraval).

San Bernardo, que era un ardiente predicador, anuncia aquí la primacía del amor. Él era capaz de inflamar a sus oyentes con el amor de Dios y de presentarles la vida monástica de forma tan atrayente y con todos los elogios imaginables, que las madres empezaron a esconder a sus hijos de él para que no se fueran todos tras él al monasterio.

No cabe duda de que el conocimiento es un gran bien, y esta frase no lo cuestiona. Sin embargo, existe una jerarquía de valores. Y en esta jerarquía, el amor ocupa el primer lugar. ¿Quién no conoce el elogio que San Pablo hace a la caridad (1Cor 13)? El amor es tan esencial que solo a través de él los otros dones adquieren su verdadero esplendor. Sin él, carecen de valor. ¿No lo hemos experimentado en predicaciones u homilías, por muy eruditas que sean? Si les falta el fuego del amor, no llegan a nuestro corazón, no nos despiertan ni nos mueven a una conversión más profunda.

Así podemos entender la frase de san Bernardo, pues «nuestro conocimiento es imperfecto» (1Cor 13, 9). La fe y la esperanza hallarán su cumplimiento en la eternidad, pero «la caridad nunca acaba» (v. 8). Al contrario, crece cada vez más.

Por eso es importante que ante todo aspiremos al amor y que reconozcamos más profundamente el amor que el Padre celestial nos ofrece día a día.

San Pablo nos exhorta: «Esforzaos por alcanzar la caridad» (1 Cor 14, 1). Al darle el primer lugar, despertamos a la verdadera vida, porque el amor es la razón de nuestra existencia. Cuando lo descubrimos, ya no lo soltaremos hasta que nos haya inflamado por completo, de tal manera que todos nuestros pensamientos y acciones estén impregnados por él.

Sin duda, es un camino progresivo, pero ¡dichoso aquel que lo recorre y aspira más a arder que a conocer!