LA IRA DE DIOS

“Incluso cuando los hombres experimenten mi ‘ira’, han de saber que los amo y los llamo a la conversión” (Palabra interior).

El concepto de la «ira de Dios» puede infundir miedo a las personas. Sin embargo, debemos aprender a entenderla correctamente desde la perspectiva del amor de nuestro Padre. Debido a nuestra libertad, nuestro Padre permite que hagamos el mal. Por tanto, somos capaces de abusar de nuestra libertad y, en cierta forma, emplearla en contra de Dios. Si no fuera así, seríamos como criaturas irracionales, sin capacidad de elección y siguiendo instintivamente las leyes preestablecidas de la naturaleza.

Si el Padre nos hace sentir las consecuencias de nuestras malas acciones, de modo que experimentamos su «ira» y su gracia no puede sostenernos directamente, entonces no se trata de la venganza de un soberano airado y arbitrario, sino de una medida de amor que va de la mano con la llamada a la conversión. Lo único que nuestro Padre quiere es que entremos en razón. Si no le obedecemos y abusamos de nuestra libertad, se valdrá de las consecuencias de nuestro mal actuar para hacernos ver y sentir que hemos emprendido un rumbo equivocado. ¿Podría nuestro Señor hacerlo de otra manera? ¿Podría simplemente dejarnos continuar por el mal camino sin exhortarnos a volver atrás? ¿Sería eso amor?

No, no lo sería; sería una mentira. Sin duda, Dios tiene una paciencia infinita con nosotros y nos habla y nos llama a la conversión una y otra vez. Pero es precisamente su amor paternal el que no quiere permitir que nos extraviemos.

Más vale convertirnos bajo la «ira de Dios» y llegar así a la vida, que permanecer lejos de la gracia de Dios seducidos por la dulce mentira de un engaño y de un concepto erróneo de misericordia.