LA INHABITACIÓN DE DIOS EN EL ALMA

En cuanto a vosotros, almas que estáis en estado de pecado o que ignoráis la verdad religiosa: yo no podré entrar en vosotros, pero seguiré cerca de vosotros, porque jamás dejo de llamaros, de invitaros a desear recibir los bienes que os traigo, de modo que veáis la luz y seáis sanados del pecado” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Aquí el Padre expresa el gran amor con que sigue a cada alma, sin cesar de llamarla jamás. Sin embargo, no puede habitar en un alma que se encuentra en estado de pecado.

Así como es necesario vivir en estado de gracia para poder recibir la santa comunión –es decir, para que el Señor entre en nuestro corazón–, también es indispensable que las almas dejen atrás los caminos del pecado y del error para que Dios pueda establecer permanentemente en ellas su morada.

En otro pasaje del Mensaje a la Madre Eugenia, el Padre dice: “Las almas necesitan ser tocadas con ciertas caricias divinas.” Él quiere despertar en ellas el anhelo por Él, que, aunque muchas veces está enterrado en lo profundo del alma, sigue estando ahí, porque Dios creó al hombre a su imagen.

Entonces, ¿cómo puede esto suceder?

Todos vivimos gracias a la infinita paciencia de Dios, que –como Él mismo dice– jamás deja de llamarnos e invitarnos. Así, la amorosa presencia del Señor envuelve constantemente al hombre; una presencia que no es simplemente pasiva, sino una búsqueda activa de las almas. El Padre se sirve de todos los medios para que el hombre escuche su voz y despierte de su letargo. Todas las circunstancias, sean grandes o pequeñas, son causadas o aprovechadas por el Padre para activar ese anhelo enterrado en el hombre.

Toda la Iglesia triunfante y la Iglesia militante está involucrada en esta tarea. Incluso la Iglesia purgante toma parte, pues las almas en el purgatorio saben bien lo que les hizo falta para estar en unión plena con Dios y pueden interceder por las personas que aún están en la Tierra. Por tanto, los pecadores y los extraviados están rodeados de todo un ejército de amor, que no quiere otra cosa que su salvación.