«¿Habéis contemplado el infinito océano de mi misericordia? Venid, mirad y sumergíos en la infinitud de mi amor» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Nuestro Padre no nos seduce con bienes materiales, aunque también puede concedérselos a los hombres. Tampoco nos seduce con bienes espirituales, aunque nos colma abundantemente de ellos. Tampoco nos promete que nuestra vida será un camino de rosas ni que quienes le sigan ya no tendrán que sufrir.
Antes bien, el Padre nos seduce consigo mismo. Él mismo es la promesa: el océano de su misericordia que quiere purificarnos de todos nuestros pecados y de toda la suciedad que llevamos dentro. Nuestro Padre quiere que reconozcamos el infinito poder de su misericordia y que nos sumerjamos en ella. Es el manantial que brota del costado abierto del Salvador hacia este mundo, para sanar a las naciones, para sanar cada alma.
El Padre nos seduce con su amor, en el que podemos sumergirnos hasta olvidarnos de nosotros mismos. Nunca podremos abarcarlo del todo en este mundo; de lo contrario, ya no querríamos quedarnos aquí ni un instante más. En su sabiduría, Dios lo ha dispuesto todo de tal manera que, por un lado, despierta en nosotros el anhelo del Cielo y, por otro, nos exhorta a cumplir con nuestra tarea aquí en la Tierra.
La infinitud del amor de Dios… Cuando lo encontramos, ¿qué más nos puede faltar? ¿No es este amor para lo que hemos sido creados? ¿No es en él donde realmente estamos en casa y experimentamos una dicha eterna?
Nuestro Padre nos invita a saborear ya aquí en la Tierra un anticipo de la eternidad. ¡Así es nuestro Padre!
