1Pe 5,5-14
Revestíos todos de humildad en vuestras mutuas relaciones, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que, llegada la ocasión, os ensalce; confiadle todas vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros. Sed sobrios y velad.
Vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos. El Dios de toda gracia, el que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, os restablecerá, afianzará, robustecerá y os consolidará. A él el poder por los siglos de los siglos. Amén. Os envío este breve escrito por medio de Silvano, a quien tengo por hermano fiel. Quiero exhortaros y aseguraros que ésta es la verdadera gracia de Dios; perseverad en ella. Os saluda la que está en Babilonia, elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos. Saludaos unos a otros con el beso de amor. Paz a todos los que estáis arraigados en Cristo.
Humildad, confianza, vigilancia y resistencia contra el demonio… Éstos son los temas de la lectura de hoy en honor al evangelista San Marcos. En esta meditación, nos enfocaremos especialmente en el tema de la humildad.
Decimos que la humildad es una “virtud básica”, porque sin ella las demás virtudes no podrán desplegarse adecuadamente en nuestra vida, sino que estarán debilitadas e infectadas desde dentro por la soberbia. Esto sucede, por ejemplo, cuando nos esforzamos por practicar la virtud de la justicia, pero al mismo tiempo nos admiramos a nosotros mismos y destacamos nuestras buenas obras ante las otras personas para obtener sus alabanzas. Entonces, sin humildad, la virtud de la justicia no podrá resplandecer en toda su belleza ni en su verdadero valor, porque la estaremos utilizando para edificar nuestro propio honor.
“Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes.”
Entonces, ¿cómo podremos hacer frente a la soberbia en nosotros y practicar la humildad?
En primera instancia, conviene que conozcamos mejor la virtud de la humildad, porque quizá a veces tenemos una imagen equivocada de ella. La humildad no significa, de ninguna manera, una falta de dignidad; ni tampoco se trata de someterse a las otras personas con actitud servil o de convertirse en su títere; ni de estar a toda hora viendo sólo lo negativo en uno mismo; ni de vivir en un constante temor de estar dando una impresión orgullosa; ni de tener escrúpulos en todo lo que uno haga; ni de ser inseguros, etc…
La humildad significa simplemente someterse al Señor; darle a Él el primer lugar en todo; acoger de su mano todos los dones, con gratitud y alabanza; servirle con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas; imitar su ejemplo…
Por supuesto que hay que recorrer un camino hasta llegar ahí. En este proceso, nos encontraremos con la soberbia e iremos descubriendo en nuestro interior sus ramificaciones: primero las que son más evidentes y, cuanto más despierte en nosotros el amor a Dios, también aquellas que son más sutiles. Aunque empecemos a amar la humildad como virtud, esto no significa aún que ya la hayamos alcanzado.
En efecto, no es tan fácil practicar concretamente la virtud de la humildad, aunque, por ejemplo, la escuela del Carmelo ofrezca algunos consejos específicos. La humildad crece más bien como fruto del auténtico camino de seguimiento de Cristo, cuando en todas las circunstancias, sean exteriores o interiores, acogemos la guía de Dios y superamos, con su gracia, todas las resistencias que surjan en nuestro interior.
Cuando nos chocamos con nuestro propio orgullo, que se manifiesta cuando nos auto-ensalzamos, cuando nos creemos muy importantes o cuando, en lugar de centrar la mirada en Dios, nos miramos a nosotros mismos; es importante que percibamos estas actitudes. Tenemos que darnos cuenta cuando los pensamientos y sentimientos vanidosos y autocomplacientes quieren invadirnos, dominarnos e influir en nuestras acciones y palabras. El sincero cuestionamiento de si estamos buscando la gloria de Dios o nuestra propia gloria, puede convertírsenos en el criterio para conocernos mejor a nosotros mismos y para corregirnos con la ayuda de Dios.
Una clave para crecer en humildad es la gratitud, tanto frente a Dios como frente a las personas. La gratitud nos hace salir de la tensa prisión en nuestro propio ‘yo’, y abre nuestros ojos para reconocer el actuar de Dios y de la otra persona. Así, reconocemos que hay tanto que agradecer…
Al mismo tiempo, la humildad crece como fruto cuando alabamos y glorificamos a Dios, porque también aquí nos desprendemos del apego a nosotros mismos, al reconocer y regocijarnos en Dios y en sus grandes obras.
Otra práctica para entrenarse en la humildad es el servicio al prójimo, que será tanto más eficaz cuanto más nos olvidemos de nosotros mismos. Cuanto menos exijamos interiormente la gratitud de la otra persona por el servicio que le brindamos, tanto más podrá desplegarse la belleza de la humildad. Sí, la humildad tendrá la mejor oportunidad de crecer cuando sirvamos precisamente a aquellas personas que no pueden darnos nada a cambio.
Otro aspecto importante en la escuela de la humildad es saber reconocer lo bueno en la otra persona. Esto no significa, de ninguna manera, que la idealicemos; sino que veamos lo que Dios está obrando en ella; y cómo ella, a su vez, colabora en la obra de Dios. Si nos quedamos solamente en elogiar a la persona, es un indicio de que probablemente hacemos lo mismo con nosotros mismos, en lugar de atribuirle todo lo bueno a Dios, como su última fuente.