“Cuando un alma se acerca a mí con confianza, la colmo con tal abundancia de gracias que no puede contenerlos dentro de sí mismo, sino que las irradia sobre otras almas. A las personas que difunden la devoción a mi Misericordia las protejo durante toda su vida como una madre amorosa protege a sus hijos; y a la hora de su muerte no seré su juez sino su redentor misericordioso (…). Los pecados que más me hieren son los de desconfianza” (Jesús a Sor Faustina Kowalska)
“De tal padre, tal hijo” –dice el refrán.
En ningún caso esto es más cierto que en la relación entre Dios Padre y su Hijo Unigénito. En el Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia, vemos cuánto Él insiste en la confianza que debemos brindarle y en cómo ésta desata torrentes de gracia de parte de Dios. En las palabras de Jesús a Sor Faustina volvemos a escucharlo: una sobreabundancia de gracias se derramará sobre aquel que se acerque confiadamente al Señor.
Apliquemos la virtud de la prudencia:
Quizá seamos personas muy débiles, que una y otra vez caen en ciertas tentaciones. Sencillamente no logramos ser como quisiéramos y siempre nos quedamos cortos con respecto a nuestros propósitos. No tenemos grandes méritos que presentarle al Señor y no podemos lucirnos por nada. Tal vez incluso llegamos a sentirnos superfluos o un estorbo para los demás. Quizá estamos en peligro de tirar la toalla…
Pero… ¡DETENTE!
¡Ha llegado la hora de la confianza! Dirijámonos sinceramente al Señor con nuestra miseria real o supuesta, y digámosle: “Amado Padre, tú conoces mi miseria, pero yo confío en ti, porque Tú eres mi amoroso Padre.”
¡Eso basta! Y entonces podremos percibir cómo los ángeles se apresuran con sus alas a llevar ésta nuestra oración ante el Trono de Dios y volver a nosotros con torrentes de gracia.