LA GRAN RECOMPENSA

“Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas de antes de vosotros” (Mt 5,11-12). 

Ciertamente nos resulta difícil entender positivamente el sufrimiento, como nos lo presenta aquí el Hijo de Dios en el Sermón de la Montaña. Esta realidad sigue siendo ajena para nosotros, así como lo es la muerte. Aunque puede haber algunas almas místicas especialmente unidas al Señor en la dimensión del sufrimiento, para la mayoría de los cristianos pueden servir de guía estas palabras de San Agustín:

“¿Qué hombre anhela penurias y desconciertos? La misión que nos encomiendas, Señor, es que las sobrellevemos, no que las amemos.”

Pero siguen siendo ciertas las palabras del Señor en las Bienaventuranzas: el amor de nuestro Padre puede revelarse también en las circunstancias de un mundo caído, y en la eternidad seremos recompensados por todo lo que hayamos soportado en esta vida por causa de Jesús. La participación en su sufrimiento nos conecta con el abismo de su amor. “Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos” –dice el Señor (Jn 15,13), y podríamos añadir: “por sus enemigos, para salvarlos para la eternidad”.

Cuando nos sobrevienen persecuciones y calumnias en el seguimiento de Cristo, nuestra mirada se eleva a la eternidad y también se dirige a todos aquellos que han soportado estos sufrimientos por causa del Señor. Entramos con ellos en una comunión de amor a Dios, y, al mismo tiempo, el indestructible amor de Dios por nosotros, que padeció todo esto por nosotros, puede establecer su morada en nuestro corazón.

Puesto que a través del sufrimiento nos asemejamos tanto al Señor, Él nos dejó estas palabras para asegurarnos que nuestro Padre recompensará tal grado de amor ya en esta vida, dándonos su consuelo, y en la eternidad con su indecible cercanía.