“Una persona que ama prácticamente se sale de toda otra jurisdicción. Ama y haz lo que quieras” (San Agustín).
Esta es una famosa y osada exclamación de San Agustín. Para que adquiera su verdadero sentido, conviene situarla en contexto con la primera parte de la frase: «Una persona que ama prácticamente se sale de toda otra jurisdicción». Aquí ya se marca una limitación, pues se ve que se trata de un amor que no es tan fácil de alcanzar.
Sin embargo, es una afirmación veraz en todo su sentido, y promete una gran libertad. En efecto, es el amor el que nos hace libres. La razón es sencilla: hemos sido creados por amor y el primer mandamiento nos exhorta a amar a Dios sobre todas las cosas. Jesús sintetiza así toda la Ley y los Profetas: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,36-40). San Juan de la Cruz atestigua: “En el atardecer de la vida seremos juzgados en el amor.”
Así pues, está clara la dirección que debemos tomar. Sin embargo, para poner en práctica la frase de San Agustín y adquirir la libertad que nos promete, es fundamental evitar malentendidos sobre la esencia del verdadero amor. Pero el Padre y el Hijo nos han enviado un Maestro insuperable en ello: el Espíritu Santo, que ha sido derramado en nuestros corazones (Rom 5,5). El amigo de nuestras almas no solo nos recuerda lo que Jesús dijo e hizo, sino que también nos da la fuerza de voluntad necesaria para ponerlo en práctica.
En su sabiduría, nuestro Padre provee de todo lo necesario a aquellas almas que quieren amar y les señala cómo hacerlo realidad. Para ello, es importante seguir la guía del Espíritu Santo. Así crecerá ese amor que nos conduce a la libertad de la que habla San Agustín. Este amor se convierte entonces en nuestro soberano, al que obedecemos de buena gana, inmediata y totalmente.