LA GRACIA DEL CONOCIMIENTO DE SÍ

 

“Nadie puede salvarse sin el conocimiento de sí mismo, pues de él se deriva la madre de la salvación: la humildad” (San Bernardo de Claraval).

Todo maestro de la vida espiritual alaba el conocimiento de sí mismo, que, después del conocimiento de Dios, constituye una herramienta indispensable en nuestro camino de seguimiento de Cristo.

Por desgracia, algunas personas temen conocerse a sí mismas. Santa Teresa de Ávila se lamentaba de que tuvieran miedo a la purificación interior, que está relacionada con el verdadero autoconocimiento, y añadía que estas personas no sabían cuántas gracias les esperaban una vez que atravesaran esta etapa de transformación interior. Entonces, podemos plantearnos la pregunta de por qué se teme el conocimiento de sí mismo. ¿Será que, en el fondo, subyace el miedo injustificado a un padre castigador? ¿O el miedo a descubrir que no somos tan buenos como quisiéramos o a resultar que no correspondemos a la imagen equivocada que hemos venido transmitiendo a los demás?

Dios, nuestro Padre, nos conoce y siempre nos mira con amor. Este amor no disminuye cuando seguimos teniendo luchas y sufriendo diversas derrotas. Al contrario, el Señor nos asistirá en estas luchas. Por tanto, no hay nada que temer. Más bien, podremos alcanzar el fruto del verdadero conocimiento de uno mismo: la humildad. Reconocer con realismo nuestras imperfecciones no nos llevará de ningún modo a la depresión por no ser tan buenos como quisiéramos, sino que nos abrirá a la misericordia de nuestro Padre. Así, contrarrestamos nuestra soberbia y constatamos con gratitud cuánto dependemos de su gracia. Es necesario adquirir este autoconocimiento ante Dios, porque nos permite establecer una relación realista con Él y con nosotros mismos. Así, podremos superar cualquier imagen artificial que hayamos creado de nosotros mismos, ¡una bendición tanto para nosotros como para los demás!