LA GLORIFICACIÓN DE DIOS

A lo largo de los próximos días, meditaremos detalladamente el capítulo 17 de San Juan, que es expresión suprema de la profunda relación entre el Padre y el Hijo.

“Jesús dijo: ‘Glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti’” (Jn 17,1b).

Así como el Padre quiere ser glorificado a través del Hijo, también quiere Él mismo glorificar al Hijo:

“Glorifícame Tú, Padre, junto a ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera” (Jn 17,5).

Jesús pide ahora al Padre que también su humanidad sea glorificada con toda la gloria que poseía desde la eternidad como Dios, para que los hombres reconozcan a Aquel que lo envió, a Aquel en cuyo Nombre habla y cuyas obras realiza, a Aquel cuya gloria procura…

¿Y el Padre? No hay nada que le complazca más que escuchar la oración de su amado Hijo, nada que desee más que el que nosotros, los hombres, reconozcamos y sigamos a su Hijo. Toda la gloria que le damos a Jesús, honra también al Padre. Toda la obediencia que prestamos al Hijo, glorifica también al Padre.

¿Y el Hijo? Él atraviesa la hora de su Pasión para entregar su amor hasta el extremo. En esta hora oscura resplandece una luz incomensurable, porque el Hijo es obediente a la Voluntad del Padre hasta la muerte.

¿Y nosotros, los hombres? También nosotros, que hemos sido incluidos en esta relación de amor entre el Padre y el Hijo, podemos glorificar a Dios con nuestra vida. Si todo el bien que hacemos se lo atribuimos al Padre, quien nos da la gracia para ello; si ponemos todo nuestro empeño en que los hombres conozcan y alaben al Señor; si dejamos a un lado todas nuestras vanidades y buscamos solamente aumentar la gloria de Dios, entonces Él podrá glorificarse en nosotros y a través de nosotros, y toda nuestra vida servirá para su mayor gloria.