Cuanto más amemos a Jesús, más amaremos a nuestro Padre Celestial, quien lo envió al mundo. Todo lo que hacemos para gloria y honra del Hijo de Dios, glorifica también a Aquel de quien Él procede. A través de Jesús, llegamos al Padre (cf. Jn 14,6).
Sin embargo, el Padre desea ser honrado con una Fiesta y un culto propios, aun más allá de la Solemnidad de la Santísima Trinidad. En el Mensaje a la Madre Eugenia, Él expresa este deseo que le es tan importante:
“Reconozco que vosotros me honráis a través de Mi Hijo, y que hay algunos que saben elevar todo hacia Mí por medio de Mi Hijo; pero son pocos, muy pocos. Sin embargo, no creáis que, honrando a Mi Hijo, no me honráseis a Mí también. ¡Claro que me honráis, porque yo vivo en Mi Hijo! Por tanto, todo lo que es para gloria Suya lo es también para gloria Mía.
Pero yo quisiera ver al hombre honrando a su Padre y Creador con un culto especial. Cuanto más me honréis a Mí, más honraréis también a Mi Hijo, dado que fue por Mi Voluntad que Él se hizo Verbo encarnado y vino en medio de vosotros, para daros a conocer a Aquel que lo envió.”
También a nosotros se nos invita a honrar a la Primera Persona divina: al Padre. Al glorificarlo a Él, hacemos lo mismo que hizo Jesús. Si seguimos al Señor y procuramos asemejarnos a Él en todo, también debemos conocer y hacer realidad su más profundo deseo: glorificar al Padre Celestial. Este fuego arde en el Corazón de Jesús, y cuando se enciende también en el nuestro, será nuestro profundo y gran deseo que se haga realidad la petición del Padre de que se instaure un culto propio y público en su honor. A través de nuestra oración constante, cooperamos para que este deseo suyo sea escuchado por aquellos que tienen la potestad de establecer en la Iglesia Universal una Fiesta en honor del Padre.