Como lo he mencionado en ocasiones anteriores, el día 7 de cada mes estará dedicado a una meditación sobre el “Mensaje del Padre” a Sor Eugenia Ravasio; una revelación privada que ha sido aprobada por la Iglesia, y que una y otra vez recomiendo encarecidamente. En el mes de febrero, lamentablemente se me pasó por alto, pero lo recuperaré en otro momento del año.
El pasaje que hoy leeremos del “Mensaje del Padre”, puede darnos algo de luz sobre la importancia de tener un encuentro profundo con Dios Padre. De hecho, nosotros, los católicos, estamos invitados a conocer al Dios Trino en cada una de Sus Personas; y, por tanto, también a nuestro Padre…
“No me basta con haberos mostrado Mi amor; quiero abriros, además, Mi Corazón, pues de él brotará una fuente refrescante que apagará la sed de todos los hombres. Entonces saborearán alegrías que hasta ahora no habían conocido, a causa del temor exagerado que tenían de Mí, su tierno Padre.
Desde que prometí a los hombres un Salvador, hice brotar esta fuente. La hice pasar a través del Corazón de Mi Hijo para que llegue hasta vosotros. Pero Mi inmenso amor por vosotros me impulsa a hacer aún más, abriendo Mi pecho, del cual manará esta agua de salvación para Mis hijos, y permitiéndoles tomar libremente toda la que les sea necesaria, para el tiempo y la eternidad. (…)
Mi Hijo es el depósito de esta fuente, que está llena del agua de salvación hasta desbordarse, para que los hombres puedan siempre acudir y tomarla de su Corazón. Pero es necesario acercarse a esta fuente que Mi Hijo os abre, para que os convenzáis de cuán refrescante y agradable es. Entonces, venid a Mí por medio de Mi Hijo, y cuando estéis cerca de Mí, confiadme vuestros deseos. Yo os mostraré esta fuente dándome a conocer como soy. Cuando me conozcáis, os saciaréis, os refrescaréis, vuestros males se sanarán, vuestros miedos se desvanecerán, vuestra alegría será grande y vuestro amor encontrará una seguridad que nunca antes había experimentado.”
Este texto del “Mensaje del Padre” describe de forma muy ilustrativa cómo Dios abre Su Corazón para que, a través de Su Hijo, nosotros recibamos Su amor. Entonces, el amor procede de Él, pues Él es la fuente. En el Corazón del Hijo se recoge este amor, el “agua de la salvación”, por decirlo con la misma representación que el Padre emplea en este pasaje.
Ahora, a través de nuestra relación íntima con Jesús, podemos llegar al Padre y beber de esta fuente. Esto es lo que Dios Padre nos ofrece, queriendo que vivamos en una relación de gran confianza con Él y que bebamos libremente de Su amor, que nos movamos en él, que encontremos en él nuestra seguridad y vivamos en alegría. Dios quiere mostrársenos como Él es en verdad; es decir, como un Padre amoroso.
Veamos cada uno de los puntos mencionados…
Se nos invita a tomar libremente de la fuente. Libremente significa sin miedo, en la naturalidad del amor. El encuentro con nuestro Padre ya no nos resulta nada extraño; ya no tenemos que justificarnos ni superar muchos obstáculos. Podría ser similar a la relación que tenían nuestros primeros padres con Dios en el Paraíso, antes de la caída en el pecado. ¡Dios quiere vivir en comunión cercana y natural con los Suyos! Esto es lo que empezamos a entender desde dentro, porque se desvanece todo miedo a Dios. Estamos seguros de Su amor, y nuestro amor ha hallado al Único que puede corresponderle plenamente. Así, se sacia la sed…
Al beber de esta fuente, nos fortalecemos para nuestro camino diario hacia la eternidad. Cuando Dios habita cada vez más en nuestra alma, ella ya no se pierde en el pecado ni en las trivialidades de este mundo; sino que escucha y sigue las mociones del Espíritu que la impulsan hacia el Padre. A través de una vida en Dios, el alma se convierte en aquello para lo cual ha sido llamada y creada: en un templo de la Santísima Trinidad (cf. Jn 14,23).
Nuestros males serán sanados… A través del amor, los sufrimientos serán arrancados del sin sentido e integrados en el plan salvífico de Dios.
La alegría será grande, porque es una alegría a causa de Dios, a causa de todo lo que Él ha hecho y hace; es la alegría de poder conocerlo y servirle; es la alegría de vivir en esta relación confiada con Él y de hacerse capaces de tratar a las otras personas en este mismo amor. La alegría es la tónica básica que se vive en la eternidad junto a Dios. Y ésta habita desde ya en el alma, cuando bebe de la fuente que el Padre le ofrece.
El camino hacia la fuente no es difícil; sino muy fácil. El Padre mismo nos lo dice:
“Pero –me diréis– ¿cómo podemos venir a Ti? ¡Oh! ¡Venid por el camino de la confianza; llamadme vuestro Padre; amadme en espíritu y en verdad, y eso bastará para que esta agua refrescante y potentísima apague vuestra sed!”