«La palabra del Señor es verdadera; sus obras demuestran su fidelidad» (Sal 33,4).
¡Ojalá pudiéramos asimilar estas palabras en lo más profundo de nuestro ser! Ese es el gran deseo de nuestro Padre Celestial. El P. Richard Gräfes escribe con acierto: «La falta de confianza es el típico pecado de los “perfectos”. Siempre piensan que no son lo suficientemente activos y creen que deberían estar constantemente ofreciendo algo al Redentor».
Nuestro Padre mismo llama nuestra atención sobre ello en el Mensaje a sor Eugenia Ravasio: «Quisiera que surja una gran confianza entre el hombre y su Padre del cielo, un verdadero espíritu de familiaridad y delicadeza al mismo tiempo».
Quizá una de las causas del «pecado de los perfectos» radica en que todavía confían demasiado en sus propias fuerzas y están demasiado centrados en el rendimiento que creen que deben alcanzar. Tal vez, en consecuencia, pierden la oportunidad de estar simplemente sentados a los pies del Salvador y dejarse amar por Él, ¡sin más!
A los hombres nos gusta estar activos, lo cual ciertamente es bueno. Pero ¿qué nos sostiene y qué nos mueve? ¿Ya hemos izado las velas del barco de nuestra alma para dejar que el viento del Espíritu Santo lo impulse o seguimos remando principalmente con nuestras propias fuerzas?
Nuestro Padre nos invita a una relación íntima con Él, que no se basa en esfuerzos constantes. Se necesitan momentos simplemente para estar a solas con Dios. Es precisamente en esos momentos de intimidad cuando la confianza se arraiga más profundamente en nosotros. Entonces, ya no se trata solo de querer confiar en Él por un acto de la voluntad, sino que el verso del salmo se convierte en una certeza interior.
Así, alabamos cada una de sus palabras, las acogemos con gratitud y reconocemos que todas sus obras –con las que nos rodea amorosa y constantemente– demuestran su fidelidad, día tras día, hora tras hora.
¡Así es nuestro Padre!