“En cuanto a las almas que viven en justicia y en la gracia santificante, mi felicidad está en morar en ellas. Yo me entrego a ellas. Les confío el uso de mi poder, y en mi amor ellas encuentran un anticipo del Paraíso; en mí, su Padre y su Salvador”(Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
¿No es reconfortante escuchar a alguien diciéndote que te ama, y que además lo dice en serio y realmente es capaz de amar? ¡Cuánto más maravilloso si el que nos declara su amor es Dios Padre mismo, que incluso nos asegura que su felicidad es estar junto a nosotros!
Es así… Por eso, no nos detengamos en nosotros mismos y en las limitaciones que día a día percibimos. Antes bien, asimilemos estas palabras de nuestro Padre. Él quiere comunicársenos y entablar una relación de amor con nosotros. Su amor ha de convertirse en nuestra certeza. Morar en nosotros es su alegría. Si vivimos en gracia santificante y nos mantenemos en ella, Él puede permanecer siempre en nosotros. Así, su amor nos levanta una y otra vez y nos da la fuerza para todas las buenas obras.
Más aún: el Padre nos hace partícipes de su propio poder, para que podamos actuar en él. Entonces, no sólo contamos con nuestras fuerzas naturales, que también hemos recibido de su bondad; sino que, con su poder, podemos llevar a cabo su obra en la tierra como lo hizo nuestro Señor, como sus amados hijos y sus enviados.
De alguna manera, podemos experimentar ya en esta vida un preludio del Paraíso, porque, al estar en casa en el amor del Padre, vuelve a surgir aquella relación de amor y de confianza en Él, que perdimos al perder el Paraíso.
En efecto, no sólo sufrimos nosotros al perder el Paraíso y, consecuentemente, la relación familiar con Dios; sino que Dios mismo sufre al no podernos dar su amor como lo tenía previsto y tener que salir en nuestra busca: “Adán, ¿dónde estás?” (Gen 3,9)
Si vivimos en estado de gracia, nuestro Padre nos ha hallado, y puede donarnos todo su amor y morar en nosotros. ¡Qué dicha para nosotros y qué alegría para Dios!