LA FECUNDIDAD DEL AMOR 

“Vive para mí, y entonces te haré fecundo para muchas almas” (Palabra interior).

Esta palabra se aplica a muchas personas. Siempre que entregamos nuestra vida por completo a nuestro Padre Celestial, de tal manera que Él, en su amor, puede tomar posesión de nosotros, nuestra vida se vuelve fecunda. Es al Señor mismo a quien se debe esta fecundidad, porque cada obra que Él mismo realice en nosotros comunicará su amor a las personas.

No es tan difícil vivir totalmente para Dios, cumpliendo así las palabras de Jesús: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura” (Mt 6,33).

La Madre Teresa de Calcuta lo expresó en palabras muy sencillas, dándonos a entender que lo más importante que podemos aportar es no obstaculizar la obra del Espíritu Santo.

Cuando leemos el Mensaje de Dios Padre a la Madre Eugenia Ravasio, comprendemos que Dios no espera de nosotros grandes prácticas ascéticas; sino la simple confianza de un niño que quiere servir a su Padre. Imaginémonos a un niño que, en todo lo que hace, se vuelve a mirar a sus padres para asegurarse de que le están prestando atención y de que está bien lo que está haciendo. ¡Exactamente así es como podemos vivir con nuestro Padre Celestial!

Y aquí es donde reside el secreto de una gran fecundidad: al confiar en Dios, dejamos cada vez más en sus manos las riendas de nuestra vida, de modo que Él puede llenar de su luz todo lo que hacemos. Y esto se aplica a todos los ámbitos de la vida. No hay nada que no pueda volverse sumamente fecundo al colocarlo bajo la guía de Dios. Si aprendemos a aceptar con gratitud todas las cosas y circunstancias, crece en nosotros el amor, ¡y este amor es el que más fruto da!

El Apóstol de los Gentiles nos dice: “El amor es paciente, el amor es servicial; no es envidioso, no obra con soberbia, no se jacta” (1Cor 13,4).