Rom 4,13.16-18.22
Hermanos: No fue la observancia de la Ley, sino la justificación obtenida por la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo. Por eso, para que fuese un don, la promesa tenía que depender de la fe, y así quedar asegurada para toda la posteridad; no sólo para los de la ley, sino también para los de la fe de Abrahán, padre de todos nosotros.
Dice de él la Escritura: ‘Te he constituido padre de muchas naciones’. Es decir, lo hizo padre nuestro el Dios a quien creyó, el Dios que da la vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen. Abrahán esperó contra toda esperanza; creyó, y eso le valió para ser padre de muchas naciones, según le había sido dicho: ‘Así será tu posteridad’. Por eso, la fe le fue reputada como justicia.
A través de la fe, se abre el acceso a todas las naciones, y todas ellas pueden quedar unidas en esta fe. Así es como Dios lo dispuso, y por eso envió a Su Hijo a este mundo, no sólo para reunir a las ovejas perdidas de Israel (cf. Mt 15,24); sino para conducir a todos los hombres a la Casa del Padre (cf. Jn 10,16). En realidad, todo es muy sencillo, cuando acogemos el mensaje de Cristo y lo vivimos. Todos se convierten en hermanos, vivimos como hijos de Dios y nos dejamos guiar por la mano del Padre a través del tiempo y hacia a la eternidad. Desde la perspectiva de Dios, es una cuestión realmente sencilla, cuando nosotros acogemos su gracia y damos nuestra respuesta en la fe. Entonces nuestros caminos se desenredan y se aclaran. Sin embargo, tanto a nivel interior como exterior, aún tenemos que sobrellevar el sufrimiento que nos sobrevino como resultado de la pérdida del paraíso y del pecado, que entró en el mundo con todas sus consecuencias (cf. Gen 3,16-23).
San José fue un hombre de fe y de obediencia. Su forma de aceptar y cumplir la Voluntad de Dios, indica que tenía un corazón grande y lleno de amor. Incluso en las dificultades que atravesó inicialmente por el embarazo de María, su prometida, él se mostró como un hombre justo (cf. Mt 1,18-19). No podía explicárselo, pero tampoco sospechó de ella. Ésta es una actitud noble, de la que podemos aprender mucho; por ejemplo, cuando nos encontramos con circunstancias que son contrarias a lo que solemos conocer de una persona.
Cuando el ángel le ordenó a José en un sueño que huyera a Egipto con el Niño y su madre, él se levantó inmediatamente (Mt 2,13-14). Esta prontitud para levantarse y obedecer a la Voluntad de Dios, es la que sumerge en una luz tan radiante aquella unión entre fe y obediencia. Brilla como la obediencia de los santos ángeles, que no titubean ni un instante para cumplir aun el más mínimo deseo de su Señor. Incluso antes de que Dios termine de pronunciarlo, ellos ya se han puesto en camino, por decirlo en términos humanos. ¡Y no actúan así por ser precipitados; sino movidos por un santo fervor! ¡Cumplir la Voluntad de Dios es su alegría!
A nosotros, los hombres, aún nos obstaculiza nuestra pereza, la inercia terrenal, nuestro apego a este mundo, a nuestros propios deseos, ilusiones y sueños. Éstos nos atan, de modo que limitan la agilidad y flexibilidad de actuar por fe.
¡Dios conoce todas estas circunstancias, y con gran paciencia nos conduce a través de este tiempo!
Lo que, por nuestra parte, es indispensable para que nuestro camino sea fecundo es la fe. Ésta se convierte para nosotros en justicia ante Dios.
Si aceptamos, interiorizamos y damos nuestro ‘sí’ a todo lo que Dios ha hecho y hace por nosotros; si creemos en sus promesas; y, sobre todo, acogemos la fe en Su Hijo y le seguimos, entonces somos verdaderos descendientes de Abrahán y vivimos en la promesa que Dios hizo a todos los pueblos a través de Abrahán (cf. Gen 28,14).
Desde esta perspectiva, comprendemos que, al abrazar la fe, estamos profundamente cobijados en la bondad y providencia de Dios, que es nuestro verdadero hogar. No sólo nos convertimos en miembros de la Iglesia, cuya Cabeza es Nuestro Señor mismo (cf. Col 1,18); sino que, además, se cumple en nuestras vidas el plan que, desde siempre, Dios llevaba en su Corazón.
Detengámonos aquí un momento, porque esto supera con creces nuestra limitada forma de pensar humana. Tú y yo; nosotros y muchas más personas estamos llamados a cooperar conscientemente en el plan de Dios para la humanidad. ¡La fe lo hace posible! Ella abre las puertas a tiempos remotos y establece la relación con nuestros antepasados en la fe. ¡Esto no es un simple recuerdo o una bonita historia! ¡Es una realidad viva en Dios, a la cual nos adentramos a través de la fe! Él mismo se nos comunica y nos atrae a su Corazón. Allí, en su Corazón, tienen cabida todos los hombres de este mundo… ¡Si tan sólo lo supieran!