Lc 7,1-10
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar al pueblo que le escuchaba, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un siervo enfermo, a punto de morir, a quien estimaba mucho. Habiendo oído hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su siervo. Ellos, al llegar donde Jesús, le rogaban encarecidamente diciendo: “Merece que hagas esto, porque aprecia a nuestro pueblo y él mismo nos ha construido la sinagoga.”
Jesús, pues, se puso en camino con ellos. Y no estaba ya lejos de la casa cuando el centurión le envió unos amigos para decirle: “Señor, no te tomes esa molestia, porque no soy digno de que entres en mi casa, por eso ni siquiera yo mismo me he considerado digno de ir a tu encuentro. Pero dilo de palabra y mi criado quedará sano. Pues también yo soy un hombre sometido a disciplina y tengo soldados a mis órdenes. Le digo a uno: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace.” Al oír esto, Jesús se admiró de él, y volviéndose a la multitud que le seguía, dijo: “Os digo que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande.” Y cuando volvieron a casa, los enviados encontraron sano al siervo.
El evangelio de hoy tematiza la fe: “Os digo que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande.”
El Señor no quiso dejar sin respuesta esta fe, a pesar de que el centurión no pertenecía al pueblo de Israel, y Jesús sabía que había sido enviado en primer lugar a las ovejas perdidas de Israel (cf. Mt 15,24). Este centurión, por el contrario, era parte de la ocupación romana, que era vista más bien con hostilidad por el Pueblo de Israel. Pero Jesús se fijó en el corazón y en la extraordinaria fe de este hombre. La Iglesia Católica Romana ha acogido en su santa liturgia la maravillosa afirmación del centurión, modificándola solo levemente, y en el rito tradicional se la repite incluso tres veces: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará para sanarme.”
¿Qué es lo que hace que la fe del centurión sea tan ejemplar, para que Jesús la elogie frente a la muchedumbre?
En primer lugar, puede percibirse una actitud de humildad en las palabras del centurión. Está consciente de que hay una diferencia abismal entre él y Jesús. No se presenta orgulloso como romano, exigiendo del Señor una curación como si fuese su derecho. Más bien, intercede por otra persona: su criado enfermo. Esto nos muestra que realmente se preocupaba por él. Ciertamente en muchas casas romanas la situación era distinta. Los esclavos eran una posesión que simplemente se reemplazaba una vez que ya no pudieran cumplir con su función. El hecho de que este centurión se haya puesto en camino para buscar ayuda, al ver el sufrimiento de su criado, nos muestra que su actitud frente a sus subalternos es distinta.
Basándose en su propia experiencia como jefe, que daba órdenes que habían de ser cumplidas, el centurión puede comprender fácilmente la autoridad y el poder de Jesús. Así, él sabía que se cumpliría lo que Jesús dijera. Ni siquiera hacía falta que el Señor fuese a su casa… ¡una sola palabra bastaría!
Y, efectivamente, su petición fue escuchada…
Ésta es verdaderamente una actitud de fe ejemplar: sobre el fundamento de la humildad, está la amorosa preocupación por la otra persona y la firme convicción de que el Señor puede sanar.
Al ver la fe del centurión romano, podemos cuestionarnos si nosotros mismos poseemos una fe semejante. Sí, la fe es un aspecto esencial en la espera del Retorno del Señor. Él mismo hace esta pregunta: “Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lc 18,8)
Si observamos con sobriedad, tendremos que constatar que en muchos países sólo hay poca fe verdadera; y en muchos otros que ya habían recibido el anuncio del evangelio, vemos claramente una gran apostasía.
¿Qué podremos, entonces, responderle al Señor?
En realidad, sólo podemos pedirle que se fije en la fe de Su Iglesia, y, al decir esto, tenemos que constatar que incluso en Ella hay una creciente apostasía, confusión y mundanización, y que el número de fieles que se esfuerzan por vivir la fe en todas sus implicaciones, lamentablemente se está reduciendo.
¡Pero no sirve simplemente lamentarse! Por el contrario, nos corresponde a nosotros profundizar nuestra fe y pedirle al Señor que la fortalezca, precisamente en tiempos tan difíciles, que algunos consideran como los tiempos en los cuales la Iglesia vive su “Pasión”. Así, estos momentos de progresiva decadencia pueden convertirse en un reto para arraigarnos tanto más profundamente en el Señor, de manera que también podamos ofrecer a otros un apoyo y orientación.
Los tiempos de apostasía en los que nos encontramos podrían señalar que se acerca el Retorno del Señor, y llamarnos a una entrega total al servicio de Dios, dejando atrás toda tibieza.
Nadie conoce el día ni la hora de la Segunda Venida de Cristo, sólo el Padre del Cielo (Mt 24,36). Pero estamos llamados a vivir como si retornaría hoy mismo, para estar preparados.