¡Cuánto se ha preocupado nuestro Padre por nosotros, al abrirnos los caminos de la salvación! Sus tesoros son siempre accesibles para nosotros. Desgraciadamente, a menudo pasamos de largo sin aprovecharlos, y demasiadas veces el Señor permanece solo en el Sagrario, sin visita. Sin embargo, Él espera anhelante que vengamos y le permitamos así colmarnos de bendiciones. ¡Qué inmenso valor tiene la Santa Misa, que actualiza el sacrificio del infinito amor de Jesús en la Cruz! “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 34,9).
En el Mensaje a la Madre Eugenia, Dios Padre nos dice:
“A través de la Eucaristía, Yo habito entre vosotros como un padre en su familia. Quise que Mi Hijo instituya la Eucaristía para hacer de cada Tabernáculo el depósito de Mis gracias, Mis riquezas y de Mi amor; para entregárselos a los hombres, Mis hijos. A través de estos dos caminos [la Cruz y la Eucaristía], sigo haciendo descender incesantemente Mi poder y Mi infinita misericordia.”
En una sincera introspección, constataremos que lamentablemente aún no acogemos todo aquello que el Padre nos ofrece. Muchas veces anteponemos otras cosas, de modo que nos distraemos de lo más importante.
Llegados a este punto, tenemos una responsabilidad espiritual: conforme al consejo de San Pablo de que “todo me es permitido, pero no todo conviene” (1Cor 6,12), ¡dejemos atrás lo que no conviene y procuremos lo que es grato a los ojos de nuestro Padre! Esta sería una sabia decisión, que correspondería al espíritu de piedad. Podría traer mucho provecho espiritual, que también beneficiaría a las otras personas.