“LA ESPERA DE NUESTRO PADRE”

«Yo la esperaba» —afirma nuestro Padre en su relato sobre aquella alma que no quería escucharle y que lo ofendía constantemente con su forma de vivir. Aquí se expresa la gran espera de nuestro Padre celestial por todos los hombres, a quienes ha destinado a la comunión eterna con Él. Él espera todo el tiempo, mientras aún no hayamos entrado en la eternidad, donde ya no volveremos a alejarnos de su lado. Solo entonces la espera se consumará en una fiesta de imperturbable alegría. A veces, en esta vida, podemos pregustar algo de esta alegría, pero su plenitud sigue siendo una promesa.

¡Detengámonos aquí un momento!

En este preciso instante, mientras escuchamos o leemos estas palabras, el Padre nos está esperando. Él quiere tenernos consigo en la eternidad, junto a todos aquellos que ya están con Él. Aunque ya nos encontremos en el camino correcto e intentemos recorrerlo lo mejor posible, todavía hay algo pendiente: aún no hemos llegado a nuestro destino y no sabemos todo lo que nos espera.

Sin embargo, nuestro Padre sí lo sabe. Él conoce su gloria y la morada que su Hijo nos tiene preparada. Dios anhela el momento en que nos establezcamos allí para siempre y seamos partícipes de toda su plenitud. Y así nos espera cada día hasta que llegue la consumación. ¿No es un gran consuelo y un estímulo saber que nos dirigimos al encuentro definitivo con Dios y que Él nos está esperando?

Volvamos a la historia de aquella alma extraviada que el Padre nos relata. ¿Qué es lo que Él hace mientras espera su retorno? Dice así:

«La seguía a todas partes, le concedía nuevos favores, como la salud y los bienes que le permitía ganar como fruto de su trabajo, hasta el punto de que tenía incluso en sobreabundancia (…). Pero ella sólo veía a través de la triste penumbra de sus vicios. Sin embargo, mi amor jamás se dio por vencido».