Lc 9,43b-45
Todos estaban maravillados de las cosas que hacía. Dijo entonces a sus discípulos: “Escuchad atentamente estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.” Pero ellos no entendían sus palabras; les estaba velado su significado, de modo que no las comprendían. Además tenían miedo de preguntarle acerca de este asunto.
Para los discípulos era duro escuchar que su Maestro sería entregado en manos de los hombres. Quizá venía de ahí también el bloqueo para entender el sentido más profundo de estas palabras. Cuando en otra ocasión Jesús dijo a sus discípulos: “Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6,53), muchos no pudieron entenderlo e incluso se alejaron de Él (cf. v. 60.65).
El hecho de que Dios se entregue a Sí mismo en manos de los hombres, no puede comprenderse con el entendimiento natural, pues Jesús no había hecho nada que mereciera la muerte. Uno puede entender que una persona que ha cometido una grave culpa puede considerar justo que se le aplique un castigo severo, incluso la pena de muerte, y tomarlo como una expiación.
¿Pero Dios mismo? ¿Que Jesús, sin la más mínima culpa, se entregue a los pecadores? Aquí necesitamos la luz sobrenatural de la fe, al Espíritu Santo, que nos permite penetrar en este misterio de amor. En efecto, se trata de un misterio tal. En ningún momento el Señor estuvo en una especie de impotencia, a merced de la traición y del aprisionamiento. Cuando Jesús, en Su prendimiento, le advirtió a Pedro que metiera su espada en la vaina, le dijo: “¿Piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?” (Mt 26,53)
Así, nos quedamos perplejos ante este gran misterio, de que el Señor haya dado Su vida por los hombres y se haya entregado por amor al Padre Celestial y por amor a los hombres, para que se cumpliese aquello que nos traería la Redención. Un sacrificio tal adquiere su especial resplandor precisamente por su voluntariedad. Entonces, no se trata –como en nuestro caso– de un acontecimiento en el cual nos vemos envueltos, sin poderlo cambiar, y que entonces, gracias a la fe, podemos ofrecérselo al Señor para hacerlo fecundo. ¡La entrega de Jesús es mucho más! Es un acto consciente del Hijo de Dios; un acto de Su soberanía divina, que se expresa en la entrega a la Voluntad de Su Padre.
¡Los discípulos no podían comprenderlo aún!
De acuerdo al breviario monástico antiguo que yo empleo para rezar la Liturgia de las Horas, hoy se celebra la memoria de Justino y Cipriano, ambos mártires. Cuando leí la historia de su vida, me encontré nuevamente con esta entrega voluntaria por amor a Dios.
San Justino (166) procedía de Samaría (Siquén, hoy Nablus). Era un gran buscador de Dios y así se convirtió a la fe cristiana. Llegó, entonces, a ser un valiente predicador del Evangelio, lo que le suscitó fuertes oponentes. Finalmente fue acusado, y, junto con sus discípulos (entre ellos también una mujer llamada Caridad), fue conducido ante el Prefecto romano, llamado Rústico. Les exigieron que sacrificaran a los dioses, y serían puestos en libertad. Todos rechazaron la oferta. Así, se entregaron voluntariamente por amor a Jesús.
Algo similar ocurrió con San Cipriano (218), obispo de Cartago, que ya bajo el emperador Decio había sido perseguido, y posteriormente, bajo el emperador Valerio, quien intensificó el edicto de persecución de los cristianos, sufrió el martirio. Su juez Galerio Máximo le dijo: “Los santísimos emperadores te ordenan sacrificar.” Cipriano: “No lo haré.” Galerio Máximo: “Considéralo.” Cipriano: “Haz lo que se te ha ordenado. En una causa tan justa no hay necesidad de considerar.”
Nuevamente llama la atención la voluntariedad; este acto del amor más grande, que supera tanto nuestra capacidad humana.
Los cristianos fieles han de prepararse y estar conscientes de que también a ellos podría sobrevenirles el martirio. En Estados Unidos –y también en otros países– se están derribando estatuas de santos, profanando iglesias, cometiendo sacrilegios con las santas hostias, y mucho más… Éstos son claros indicios de lo que puede venir…
Hemos de profundizar la fe y cuidarla de toda mundanización. Ciertamente no todos sufrirán el martirio de sangre; pero todo el que realmente quiera seguir al Señor, en este tiempo neopagano y cada vez más oscuro, ha de estar dispuesto a dar testimonio de Jesús.
¡Hagámoslo voluntariamente, por amor a Jesús, aunque tengamos que sufrir desventajas y persecución por ello! ¡Él también se entregó voluntariamente por amor! En Su escuela, aprenderemos este acto de soberano amor. ¡Y el Señor sabrá recompensárnoslo!
Un pequeño aviso antes de terminar: El segundo escrito para Balta-Lelija está ya en preparación, y tenemos previsto enviarlo el 29 de septiembre. Para quienes aún no saben de qué se trata: Balta-Lelija es un movimiento de resistencia espiritual contra el espíritu anticristiano en la Iglesia y en el mundo. Para los que han mostrado interés en recibir más información a este respecto, hemos creado una lista de difusión. Simplemente hay que mandar un correo electrónico a balta-lelija@jemael.net.