LA EMBRIAGUEZ DEL AMOR

“Embriágate de mi amor, para que también otros experimenten esta embriaguez” (Palabra interior).

Esta es la embriaguez que agrada al Señor y que Él nos ofrece. Nos sitúa en una condición sana, en la que miramos de forma distinta al mundo y a las personas. Sin perder la sobriedad del espíritu y sin caer en confusión, comenzamos a mirar con los ojos de Dios, a amar en su Corazón. Este amor puede llegar a ser tan fuerte que rija en todas las situaciones de nuestra vida como una reina, enseñándonos e impulsándonos a contemplar y a hacer todo desde su punto de vista. Aquí no hay ponderaciones de interés propio ni una ansiosa autoprotección, pero tampoco subsiste la ciega ilusión de creer que se puede amar sin estar firmes en la verdad de Dios que todo lo ordena.

Esta embriaguez va de la mano con el conocimiento cada vez más profundo de nuestro Padre como fuente del amor, así como de la consecuente comprensión de la esencia del verdadero amor. Éste siempre tendrá en vista ante todo la salvación eterna de las personas, así como lo hace nuestro Padre mismo. No hay nada más importante y nada que requiera mayor amor para desafiar todos los obstáculos que el anuncio de la verdad.

Principados y potestades luchan por extinguir el fuego del anuncio del amor de Dios. Pero la embriaguez del amor no se dejará limitar; sino que toda pretensión de las fuerzas del mal no hará más que consolidar y reforzar este amor, de modo que el enemigo no alcanzará su objetivo.

Las otras personas percibirán esta embriaguez y, puesto que el amor es también la razón de su existencia, querrán contagiarse y buscarán la fuente de ese amor que lo supera todo, para beber de él y quedar embriagados.