“La doncella de Orléans” – Parte 1: El llamado

A partir de hoy, saldremos por algunos días del marco habitual de nuestras meditaciones diarias sobre la Palabra de Dios. Puesto que en este año la Solemnidad del Corpus Christi cayó en el día 30 de mayo, en que normalmente se celebra la memoria de Santa Juana de Arco, queremos dedicar las meditaciones de los próximos días a contar la historia de esta extraordinaria santa. La “doncella de Orléans” es patrona de nuestra comunidad y desde hace muchos años nos acompaña en nuestro camino con el Señor. Nos gusta llamarla nuestra “hermana predilecta”.

Tanto en español como en alemán e inglés hemos grabado una audionovela que os compartiremos en tres partes a lo largo de los próximos días. A nuestros oyentes de habla portuguesa y francesa les transmitiremos su historia a modo de audiolibro, con la esperanza de que en los próximos años encontremos suficientes locutores para convertirlo en audionovela, con los diferentes roles que eso implica. Comencemos, pues, con la primera parte de su historia:

Nos encontramos en la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra. El heredero legítimo francés disputaba por el Trono de Francia con Enrique VI de Inglaterra. Gran parte del territorio francés estaba ya ocupado por tropas inglesas y borgoñonas; estos últimos eran aquellos franceses que se habían aliado con Inglaterra.

En medio de esta situación, en la cual las tropas francesas perdían batalla tras batalla y la esperanza se desvanecía, nace el 6 de enero de 1412 en la pequeña aldea de Domremy Juana de Arco, hija de Jacques e Isabelle; en el seno de una familia campesina acomodada.

Como era usual en este contexto, Juana creció dedicándose al pastoreo de las ovejas; no aprendió a leer ni escribir, pero, eso sí, fue educada en la piedad católica.

A los trece años, se le aparece en el jardín de su padre el Arcángel Miguel, protector de Francia, quien le envía como consejeras celestiales a dos santas: Catalina de Alejandría y Margarita de Antioquía. Desde sus trece hasta los diecisiete años, las voces de las santas prepararán a Juana de Arco para una misión muy especial que Dios le encomendará:

SANTA CATALINA: ¡Juana!

JUANA: Sí, amiga mía.

SANTA CATALINA: El Señor te está preparando para una misión que debes realizar por encargo Suyo.

JUANA: Sí, lo sé. Y me encantaría saber más sobre esta misión. Ya sé que tiene algo que ver con mi amada Patria y nuestro rey. ¡Cuánto me gustaría aliviar a nuestro país, tan sufrido! Pero, ¿cómo? ¿Cuáles serán los planes de nuestro Dios?

SANTA CATALINA: Lo sabrás cuando el tiempo haya llegado. Pero una cosa te puedo decir: sucederá ya muy pronto. Puedes agradecerle a Dios de rodillas porque se haya apiadado de Francia.

JUANA: Sí, lo haré. Que toda la gloria sea dada a nuestro Señor. Querida Catalina, dime tú: ¿qué más puedo hacer? ¡Me muero por hacer algo por nuestra pobre patria y su rey! Cada vez me inquieto más… Todos los días se pone peor y se escucha de tanta miseria. ¡Francia está desolada, y pronto los ingleses nos habrán arrebatado los últimos pedazos de tierra! Ojalá el Señor intervenga pronto.

SANTA CATALINA: ¡Así sucederá! Ten paciencia, hija mía, paciencia y confianza. Todo está a punto de comenzar. Eso te lo puedo decir. Reza con fervor, y suplícale también a Ella.

JUANA:¿A Ella?

SANTA CATALINA: Sí, a la Dama a la que siempre llevas flores los sábados.

JUANA:¡Ah! Me hablas de nuestra Madre, la Virgen María. ¡Con gusto lo haré! Catalina, por favor dímelo: ¿crees que dentro de muy poco tiempo nuestro Señor me dirá con precisión lo que quiere de mí?

SANTA CATALINA: Juana, ten paciencia…

Finalmente, llega el momento de ser enviada a cumplir la misión del cielo en favor de su amada Patria:

SANTA CATALINA: Juana, la hora ha llegado. Dios ha escuchado misericordiosamente las oraciones de tu pueblo. Él intervendrá y salvará a tu país. Lo hará a través de ti, hija de Dios. Para ello te ha preparado durante todos estos años, y ahora serás enviada. Tendrás que dejar a tu pueblo, a tu familia… Vete, hija amada de Dios. Ve hacia el delfín Carlos VII a Chinon, pues éste debe ser coronado rey en Reims. Ve, Juana, ve. Ha llegado tu tiempo. Confía en todo al Señor.

Así, la joven de tan solo 17 años parte con una pequeña escolta de soldados y caballeros para conseguir llegar hasta el heredero al Trono, y convencer a éste de que Dios la enviaba para liberar a Francia de la ocupación inglesa. A partir de ese momento, vestiría con indumentaria militar masculina, para proteger su pureza, siendo la única mujer en medio de soldados. A propósito, escuchamos un auténtico testimonio de uno de sus acompañantes, el Caballero De Metz: 

CABALLERO DE METZ: Todas las noches, Bertrand y yo dormíamos a su lado. Ella estaba a mi lado con doblete y pantalones. Me enseñó tanto respeto que nunca me atreví a desearla.

Creí en las palabras de la doncella. Me emocionaron sus palabras y su amor por Dios. Creía que había sido enviada por Dios, nunca maldecía, le gustaba ir a misa, y para jurar, se hacía la señal de la cruz.

En el pueblo francés, se conocía una profecía que decía que Francia se perdería por una mujer; y luego sería restaurada por una doncella. Así, rápidamente corrió de boca en boca la esperanzadora noticia de que había surgido una doncella, aparentemente enviada por Dios. Carlos VII decidió conceder una audiencia a Juana, no sin antes poner a prueba la autenticidad de su misión. Se dice que, en el momento de recibirla en la corte, puso a otro hombre en el trono, mientras que él mismo se disfrazó como uno de sus cortesanos y se mezcló entre ellos. Pero Juana no se dejó engañar: inmediatamente supo que el hombre sentado en el trono no era el heredero, y sin titubear se dirigió hacia Carlos VII y se arrodilló delante de Él:

DELFÍN CARLOS VII: ¿Cuál es vuestro nombre?

JUANA: Honrado delfín, yo soy Juana, llamada „la Virgen“. El Rey del Cielo os dice a través mío que Vos seréis ungido y coronado en Reims. ¡Seréis el vicario del Rey Celestial, que es el Señor de Francia!

DELFÍN CARLOS VII:¿No sabéis en qué estado se encuentra nuestra Patria? En poco tiempo los ingleses y borgoñeses nos habrán vencido y todo el país caerá en manos de nuestros enemigos.

JUANA: Por el Santo Arcángel Miguel, esto no sucederá jamás, mi delfín. ¿No es santa nuestra Patria Francia? ¡Que los ingleses regresen a su país! Y si no lo hacen voluntariamente, ¡tendrá que ser a la fuerza!

DELFÍN CARLOS VII: Sois muy fervorosa, Juana, pero nuestros enemigos no se irán por sí solos y con violencia no podemos echarlos. Eso ya lo hemos intentado y perdimos la mayoría de las batallas. ¡Los soldados están cansados y ya no tienen valentía! ¿Cómo cambiar eso? ¡Tampoco vos lo vais a lograr!

JUANA: Mi delfín, yo no lo voy a cambiar, pero Dios lo quiere así y Él me ha enviado para realizarlo. Es la voluntad de Dios que Vos gobernéis en Francia y seáis coronado rey en Reims. ¡Creédme y sucederá!

DELFÍN CARLOS VII: ¿Cómo creeros? Pero tenéis una mirada honesta, y llamas en vuestros ojos. Me llegaron los rumores de que sois la Doncella prometida de Lorraine que deberá salvar a Francia. ¿Es eso suficiente para confiar en Vos? Me gustaría creer que Dios intervendrá. Seguramente se han enviado muchas oraciones al cielo, pero que la ayuda venga a través de Vos, una jovencita tan sencilla… ¿Quién puede creer eso?

JUANA: Es cierto, pero Dios lo quiere hacer a través de una débil mujer, para que el honor sea todo Suyo, y para que todos sepan que es Dios quien ha salvado a nuestra Patria.

DELFÍN CARLOS VII:¡Esta es una sabia respuesta, Juana!

JUANA: ¡Señor, entregad Vuestro reinado al verdadero Señor, Jesucristo y Él os lo confiará!

Después de la audencia, el “delfín”, que empezaba a creer en la doncella, decidió someterla al tribunal eclesiástico de Poitiers para probar el origen divino de su misión. Tras el juicio positivo de los clérigos, el “dauphin” le confía a Juana, una joven campesina que no sabía leer ni escribir ni mucho menos de artes bélicas, el mando sobre sus tropas…

¡Ejecutar esta misión le sería posible sólo gracias a sus consejeras celestiales!

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