Una de nuestras grandes intenciones es que la figura y la misión de Santa Juana de Arco sean correctamente entendidas, para que Dios, que la llamó, reciba la alabanza que le es debida, y ella, que cooperó en su plan de salvación, sea honrada como merece. Juana de Arco es un gran don del Señor y es ciertamente una de las criaturas más encantadoras salidas de la mano de Dios.
Juana ha recibido el honorífico título de “la doncella” o “la virgen de Orléans”. De hecho, en varios aspectos se asemeja a la Virgen María, a quien –por cierto– amaba tiernamente. Recordemos, por ejemplo, que ambas vírgenes recibieron a temprana edad la visita de un arcángel, quien les transmitió el carácter singular de su misión. A la Santísima Virgen fue el Arcángel San Gabriel quien le anunció que concebiría y daría a luz al Salvador del mundo. A Santa Juana de Arco, en cambio, fue San Miguel Arcángel quien la preparó para su misión de liberar a Francia del yugo de la ocupación inglesa y llevar a la coronación al rey legítimo.
Si queremos comprender la importante misión de Juana en nuestros tiempos, tenemos que echar un vistazo a la situación actual del mundo. Si nuestros ojos interiores fueron abiertos por la fe, difícilmente se nos habrá escapado el hecho de que un espíritu anticristiano se está manifestando masivamente a nivel global y de forma particular en ciertos estados, sobre todo a nivel político. Se ha extendido especialmente en el así llamado “mundo libre”, introduciéndose con creciente intensidad en las legislaciones.
Pareciera que las personas están sometidas a una presión cada vez mayor por parte de los gobiernos y las grandes organizaciones que han emprendido una dirección hostil a la vida.
Con los ojos de la fe, hay que cobrar conciencia de que muchos gobiernos se encuentran ya bajo el dominio de Satanás, que quiere erigir un reino global anticristiano. Al mismo tiempo, estamos siendo testigos de cómo este espíritu anticristiano se está infiltrando incluso en la Santa Iglesia, pretendiendo demoler la bastión que solía ofrecer resistencia a la toma de poder de un anticristo o incluso del último Anticristo que ha de manifestarse al final de los tiempos.
Hoy en día, no podemos salir a la batalla con un ejército físico para defendernos de un enemigo que amenaza nuestra patria, como lo hizo Juana de Arco. El enemigo de hoy pone en peligro la vida de las personas a nivel global. Y, como nos aclara San Pablo, “nuestra lucha no es contra la sangre o la carne, sino contra los principados (…) y los espíritus malignos” (Ef 6,12).
El espíritu anticristiano –podemos llamarlo “Lucifer”– se rebela contra Dios y quiere tomar el poder sobre los hombres a través de un anticristo; un poder cuyas artimañas e injusticias probablemente superarán todo lo que ya hemos tenido que experimentar a lo largo de la historia de la humanidad.
Para instalar en el poder al “hombre impío”, al “hijo de la perdición” (2Tes 2,3), Lucifer se valdrá de las malas inclinaciones y la ceguera de los hombres, llevando así a cabo sus oscuros planes a través de ellos. No se darán cuenta de la desgracia, o lo harán demasiado tarde, cuando ya se cumpla lo que describen las Sagradas Escrituras: “La venida del Impío estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, signos, prodigios engañosos y todo tipo de maldades, que seducirán a los que se han de condenar por no haber aceptado el amor de la verdad que les hubiera salvado” (2Tes 2,9-10).
En este contexto, fijémonos en las dos vírgenes de las que hemos hablado. En cuanto a la Virgen María, sabemos que Ella aplastará la cabeza de la serpiente (cf. Gen 3,15) y que ciertamente asistirá de forma especial a los fieles durante los tiempos apocalípticos del dominio universal del Anticristo. El capítulo 12 del Apocalipsis nos hace reflexionar sobre el hecho de que la Iglesia ha de ser conducida por un tiempo al desierto, donde se refugiará cuando el “dragón” haga la guerra “al resto de su descendencia, a aquellos que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12,17).
Sin duda, la doncella de Orléans no se quedará de brazos cruzados cuando un “falso rey” pretenda alcanzar el poder mundial; sino que, por encargo del Señor, luchará del lado de los fieles junto con los santos ángeles, porque, como habíamos dicho, la misión de los santos no termina una vez que llegan al cielo. Ella intentará frustrar todas las pretensiones de este “falso rey” (el Anticristo) de obtener control sobre los fieles.
Si no sólo Francia, sino la humanidad entera está en peligro de ser sometida al dominio de un usurpador, que además blasfema contra Dios, Santa Juana no descansará hasta que se haya formado un ejército para ofrecerle resistencia espiritual, en medio del cual ella misma luchará.
Es el “ejército del Cordero”, al que ella ayudará e instruirá. Así como en su tiempo Juana fortalecía a sus soldados para que no se desanimaran ni siquiera en vista de la aparente superioridad del enemigo, la doncella de Orléans fortalecerá en este combate espiritual a todos los fieles, animándolos a confiar en Dios.
Mañana, en la tercera reflexión posterior a la audionovela, hablaremos sobre el “ejército del Cordero” y sobre cómo nosotros mismos podemos asumir nuestro lugar en él.